El oro del rey

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I. LOS AHORCADOS DE CÁDIZ

En este capítulo, el narrador cuenta cómo el Jesús Nazareno, el barco en el que viajan, llega a la bahía de Cádiz después de enfrentarse a los ingleses y holandeses. Los soldados y marineros observan los cadáveres de los enemigos colgados en el castillo de Santa Catalina y en las horcas a lo largo de la orilla. Curro Garrote, uno de los soldados, muestra su desprecio por los ingleses. Después de la batalla, el capitán Alatriste y el narrador se dirigen a Cádiz, donde son recibidos con vítores y aplausos. Allí, reciben una carta de Francisco de Quevedo, quien les pide que vayan a Sevilla para un asunto relacionado con la espada. El narrador describe la ciudad de Cádiz y cómo se siente al estar de regreso en España. Luego, el capitán Alatriste y el narrador se dirigen a Sevilla en un bote y se encuentran con un mensajero enviado por Quevedo. El mensajero les informa sobre la situación en Sevilla y les proporciona documentos para facilitar su viaje. Finalmente, llegan al Puerto de Santa María y se embarcan en una galera para subir por el río Guadalquivir hacia Sevilla. Durante el viaje, el narrador reflexiona sobre la vida de Alatriste y cómo algo en él está muriendo lentamente.

II. UN ASUNTO DE ESPADA

En este capítulo, Don Francisco de Quevedo, Diego Alatriste y el narrador se encuentran en una hostería discutiendo un negocio con un hombre llamado Olmedilla. Quevedo explica que necesitan la ayuda de Alatriste para ciertas gestiones y para reclutar a personas necesarias. Alatriste menciona que la gente necesaria cobra una señal por adelantado, a lo que Quevedo responde que Dios proveerá. Después de discutir los detalles, deciden aceptar el trabajo.

Más tarde, Quevedo y Alatriste se encuentran en la calle y hablan sobre la misión en la que están involucrados. Quevedo revela que el encargo es del privado y del conde duque, y que Olmedilla es un contador que se encargará de llevar cuentas y resolver problemas de malversación. Alatriste muestra su desconfianza y Quevedo le asegura que si todo sale bien, recibirán una buena recompensa.

Después de su conversación, Alatriste y el narrador se separan de Quevedo y se encuentran con Gualterio Malatesta, un antiguo conocido de Alatriste. Malatesta menciona que ha estado observando el incidente con el sargento de la guardia española y advierte a Alatriste sobre la importancia de proteger su honor. Luego, Malatesta se va y Alatriste reflexiona sobre su encuentro.

En resumen, en este capítulo se establece el inicio de una nueva misión en la que Alatriste y el narrador están involucrados. También se revela la presencia de personajes del pasado de Alatriste, como Quevedo y Malatesta, lo que añade intriga a la historia.

III. ALGUACILES Y CORCHETES

En este capítulo, la velada resulta agitada y toledana. Antes de llegar a ello, tuvieron cena e interesante plática. También hubo la imprevista aparición de un amigo: Don Francisco de Quevedo no le había dicho al capitán Alatriste que la persona con la que iba a entrevistarse por la noche era su amigo Álvaro de la Marca, conde de Guadalmedina. El conde apareció en la hostería de Becerra apenas se puso el sol, tan desenvuelto y cordial como siempre, abrazando al capitán, dedicándole una cariñosa cachetada, y reclamando a voces vino de calidad, una cena en condiciones y un cuarto cómodo para charlar con sus amigos.

El conde de Guadalmedina vestía muy a premática del Rey nuestro señor, salvo el coleto de ante. El resto era ropa de precio aunque discreta, sin bordados ni cosa de oro, botas militares, guantes de ámbar, sombrero y capa larga; y bajo el cinto, amén de espada y daga, cargaba un par de pistoletes. El conde y Alatriste brindaron por Breda y por Alatriste. Luego, entre chupadas a la pipa y tientos al vino de Aracena, Guadalmedina observó a Alatriste y le puso al corriente de un asunto serio.

Guadalmedina explicó que el sistema de flotas para traer el oro y la plata, el monopolio comercial de Sevilla y el control estricto de quienes viajaban a las Indias, tenían por objeto impedir la injerencia extranjera y el contrabando, y mantener engrasada la descomunal máquina de impuestos, aranceles y tasas de la que se nutría la monarquía y cuantos parásitos albergaba. El almojarifazgo era el cordón aduanero en torno a Sevilla, Cádiz y su bahía, puerta exclusiva de las Indias. De ahí sacaban las arcas reales linda copia de rentas; con la particularidad de que, en una administración corrupta como la española, ajustaba más que los gestores y responsables pagasen a la Corona una cantidad fija por sus cargos, y de puertas adentro se las apañaran para su capa, robando a mansalva. En tiempos de vacas flacas, el Rey ordenaba a veces un escarmiento, o la incautación de tesoros de particulares que venían con las flotas.

El problema era que todos esos impuestos, destinados a costear la defensa del comercio con las Indias, devoraban lo que decían defender. Hace falta mucho oro y plata para sostener la guerra en Flandes, la corrupción y la apatía nacionales. Así que los comerciantes debían elegir entre verse desangrados por la hacienda real, o la ilegalidad del contrabando. Todo eso alumbra una abundante picaresca. Guadalmedina mencionó que los extranjeros utilizaban intermediarios locales como terceros para eludir el monopolio y desviar las mercancías, el oro y la plata. Además, los galeones salían de Sevilla y volvían a ella era una ficción legal: casi siempre se quedaban en Cádiz, El Puerto de Santa María o la barra de Sanlúcar, donde transbordaban. Todo eso animaba a muchos comerciantes a instalarse en esa zona, donde era más fácil eludir la vigilancia.

El contrabando de oro y plata era decisivo. Los tesoros importados por particulares solían declararse en la mitad de su valor, merced a la complicidad de los aduaneros y empleados de la Casa de Contratación. Con cada flota llegaba una fortuna que se perdía en bolsillos privados o terminaba en Londres, Ámsterdam, París o Génova. Ese contrabando lo practicaban con entusiasmo extranjeros y españoles, comerciantes, funcionarios, generales de flotas, almirantes, pasajeros, marineros, militares y eclesiásticos. Era ilustrativo el escándalo del obispo Pérez de Espinosa, quien al fallecer un par de años antes en Sevilla había dejado quinientos mil reales y sesenta y dos lingotes de oro, que fueron embargados por la Corona al averiguarse que procedían de las Indias sin pasar aduana.

El plan ideado por Olivares tenía dos partes: una semioficial, algo delicada, y otra oficiosa, más difícil. La primera parte incluía al contador Olmedilla, quien había obtenido informes sobre el contrabando de oro y plata a través de espías del conde duque. La segunda parte implicaba a Alatriste, quien debía reclutar a un grupo de bravos para asaltar el galeón Virgen de Regla, que transportaba una carga clandestina de lingotes de oro sin declarar.

Alatriste no estaba de acuerdo con la idea de torturar para obtener información, pero aceptó la misión de despachar al genovés Garaffa, fletador del galeón, y asaltar el barco flamenco Niklaasbergen para hacerse con el oro de contrabando. Salieron a pasear por las calles estrechas y mal iluminadas de Sevilla, y se encontraron con una ronda de corchetes y un alguacil. Hubo un enfrentamiento en el que Guadalmedina disparó a uno de los corchetes, Quevedo marcó a otro en la cara y Alatriste mató a otro. El cuarto corchete huyó y los curiosos se mantuvieron a distancia. Después de la pelea, decidieron ir a una taberna a remojar la palabra y planear los siguientes pasos.

IV. LA MENINA DE LA REINA

En este capítulo, Diego Alatriste se encuentra vigilando la casa del genovés Garaffa en la calle del Mesón del Moro en Sevilla. Alatriste recuerda su pasado como soldado en las galeras del Rey y su estancia en Nápoles, donde tuvo problemas y tuvo que huir. En Sevilla, Alatriste se gana la vida como espadachín a sueldo y vive en el famoso corral de los Naranjos. En ese momento, Sebastián Copons, un antiguo camarada de Alatriste, se encuentra con él y le informa que está en Sevilla de paso hacia el norte. Alatriste le dice que hay algo para él antes de que se vaya de la ciudad. Luego, Alatriste se encuentra con el contador Olmedilla, quien le informa que tienen prisionero al genovés Garaffa y que necesita su ayuda. Alatriste y Olmedilla entran en la casa de Garaffa y lo interrogan para obtener información sobre un barco flamenco llamado Virgen de Regla. Garaffa finalmente revela la ubicación del barco y otros detalles importantes. Después de obtener la información, Alatriste y Olmedilla se dirigen a una reunión en la que se discute un plan para abordar el barco y obtener un valioso cargamento. Alatriste se encuentra con Angélica de Alquézar, una mujer por la que está enamorado, y ella le informa sobre una emboscada que se llevará a cabo esa noche en la Alameda. Angélica le pide a Alatriste que acuda a la emboscada y le advierte que puede costarle la vida. Alatriste se debate entre su amor por Angélica y el peligro que representa la emboscada. Finalmente, decide acudir a la emboscada y enfrentar el peligro junto con el capitán Batiste. Mientras tanto, Íñigo Balboa recibe una carta de Angélica en la que le pide que se encuentre con ella en la Aljama. Íñigo acude a la cita y se encuentra con Angélica, quien le informa sobre la emboscada y le advierte que puede costarle la vida. Íñigo se debate entre su amor por Angélica y el peligro que representa la emboscada. Al final, decide acudir a la emboscada y enfrentar el peligro junto con el capitán Alatriste.

V. EL DESAFÍO

En este capítulo, el narrador se encuentra en la Alameda de Sevilla, cerca de las columnas de Hércules, esperando a Angélica de Alquézar. Lleva consigo una espada y un coleto del capitán Alatriste. Angélica aparece en un carruaje y se besan. Después de su encuentro, el narrador es rodeado por siete hombres embozados que intentan atacarlo. Sin embargo, el capitán Alatriste, Don Francisco de Quevedo y Sebastián Copons llegan en su ayuda y luchan contra los hombres. Después de la pelea, el narrador reflexiona sobre la importancia de la Alameda en su vida y en la de los personajes que ha conocido. Al día siguiente, el capitán Alatriste recluta a varios bravos en el corral de los Naranjos de la catedral de Sevilla, incluyendo a Juan Jaqueta, Sangonera, el mulato Campuzano, Pencho Bullas, Enríquez el Zurdo y Andresito el de los Cincuenta. El capitán decide ir a la cárcel real para reclutar a más hombres y asistir a la vela de Ganzúa, un famoso bravo que será ejecutado al día siguiente.

VI. LA CÁRCEL REAL

En este capítulo, el narrador comienza hablando de su preocupación por el papel que Angélica de Alquézar ha jugado en el episodio de la Alameda. Para distraerse, pasea por los Alcázares y observa la presencia de la guardia borgoñona en lugar de la guardia amarilla. Luego, describe la importancia de las Cortes en esa época y la relación entre los nobles, la Iglesia y los comerciantes locales con la monarquía. También menciona la visita de los reyes a Sevilla y la representación de la ciudad de Jerez en las Cortes. A continuación, el narrador relata su encuentro con Bartolo Cagafuego, un antiguo camarada de la carda que está encarcelado y a punto de ser ejecutado. Después, el narrador y el capitán Alatriste asisten al velatorio de Nicasio Ganzúa, otro valentón que será ejecutado al día siguiente. Durante el velatorio, Ganzúa se muestra tranquilo y desafiante, y sus camaradas le acompañan en su último juego de cartas. Finalmente, Ganzúa es llevado al patíbulo y se despide con dignidad y valentía.

VII. POR ATÚN Y A VER AL DUQUE

En este capítulo, la flota llega a Sevilla y toda España se prepara para beneficiarse de las riquezas que trae consigo. Las iglesias organizan misas y tedeums para agradecer a Dios por la seguridad de la flota. Los comerciantes y banqueros se preparan para recibir las mercancías y hacer negocios. Todos en Sevilla se engalanan y se preparan para el evento. Antes de partir en su misión, el conde de Guadalmedina y Quevedo se despiden del capitán Alatriste en un bodegón del Arenal. Brindan por el éxito de la expedición y discuten sobre la participación del rey en el plan. Luego, Alatriste y Quevedo se preocupan por haber involucrado al capitán en el plan y discuten sobre las posibles consecuencias. Alatriste recibe un salvoconducto y se reúne con el contador Olmedilla en el puente de barcas. Luego, Guadalmedina y Quevedo se despiden del capitán y le entregan un documento importante. Alatriste y Olmedilla se encuentran con el resto de los reclutas en el corral del Negro y se embarcan en una barca. Alatriste advierte a los reclutas que deben obedecer sus órdenes y que cualquier desobediencia será castigada con la muerte. Luego, se encuentran con Guadalmedina y otros dos hombres en otro bote. Alatriste y los reclutas continúan su viaje río abajo. Durante el viaje, algunos de los reclutas hablan sobre Alatriste y su reputación como soldado. Alatriste y el narrador conversan sobre el futuro del narrador y su deseo de convertirse en soldado. Alatriste reconoce que la pluma puede llegar a donde la espada no puede. El capítulo termina con el sol naciendo y Alatriste y el narrador contemplando el río.

VIII. LA BARRA DE SANLÚCAR

En este capítulo, el grupo liderado por el capitán Alatriste se dirige hacia el galeón holandés Niklaasbergen para llevar a cabo el asalto y robo del oro que transporta. Durante el viaje en barca por el río Guadalquivir, los hombres se preparan para la acción, compartiendo provisiones y vino. Alatriste observa detenidamente a cada uno de los hombres, estudiando sus características y habilidades. Al llegar a la costa, se encuentran con tres hombres vestidos de cazadores, uno de los cuales es reconocido por el contador Olmedilla. Después de una breve conversación, el grupo se separa en dos botes y se dirige hacia el galeón. Al acercarse, se percatan de que el Niklaasbergen está fondeado cerca de la orilla y que hay una escala y un chinchorro para subir a bordo. Alatriste da instrucciones a los hombres y, en silencio, se acercan al galeón. Utilizando ganchos de abordaje, se aferran al barco y comienzan a trepar por la escala. Al llegar a cubierta, se encuentran con la tripulación del galeón, que ha sido alertada por un disparo de arcabuz. Comienza una feroz lucha entre los hombres de Alatriste y los tripulantes del galeón. A pesar de la resistencia, Alatriste y su grupo logran abrirse paso hacia el alcázar del barco. El narrador, Íñigo, se une a la lucha y se dirige a ayudar a Alatriste, mientras se pregunta si Sebastián Copons llegará a tiempo para ayudarlos.

IX. VIEJOS AMIGOS Y VIEJOS ENEMIGOS

En este capítulo, Diego Alatriste continúa luchando en el combate a bordo del galeón flamenco. A pesar del cansancio y la indiferencia hacia el resultado, sigue peleando con serenidad y confiando en su instinto. Durante la lucha, Alatriste se encuentra en el alcázar del barco, donde se da cuenta de que la mayoría de su gente está luchando y muriendo en la cubierta. Resignado, decide volver sobre sus pasos y continuar luchando. En medio de la refriega, se encuentra con Bartolo Cagafuego y juntos luchan contra los enemigos. Alatriste se lastima la espada y se cae de espaldas contra la escalera. A pesar del dolor y el cansancio, Alatriste sigue luchando hasta que escucha su nombre gritado por Gualterio Malatesta. Al voltearse, se sorprende al ver a su antiguo enemigo frente a él. Comienza un duelo entre los dos, en el que Alatriste logra herir a Malatesta y hacerlo huir. Después de la lucha, Alatriste se da cuenta de que el galeón ha embarrancado en los bancos de arena de San Jacinto. Junto con sus hombres, Alatriste abandona el barco y se dirige a una venta cercana, donde son atendidos y se les entrega el tesoro que habían estado protegiendo. Durante la noche, Alatriste se sienta solo, bebiendo vino y reflexionando sobre la lucha y la muerte. Finalmente, se queda dormido en un taburete, mientras su joven aprendiz, Íñigo, lo observa.

En este capítulo, el narrador describe la llegada de Alatriste y Quevedo a los Reales Alcázares de Sevilla para asistir a una recepción de los reyes. Al entrar, son reconocidos por el sargento de la guardia española con quien Alatriste había tenido un altercado días antes. Otros invitados también llegan al mismo tiempo, incluyendo comerciantes, nobles y representantes de los gremios locales. Todos están impresionados por la apariencia de las guardias que custodian el lugar. Alatriste y Quevedo son autorizados a asistir a la recepción gracias a un documento que les muestra Quevedo al sargento.

Álvaro de la Marca, un aristócrata, se acerca a ellos y se alegra de ver a Alatriste. Comentan sobre la llegada de un paquete a su destinatario y las consecuencias que esto ha tenido. Álvaro le dice a Alatriste que el conde duque de Olivares quiere verlo durante la recepción. Alatriste no está contento con la idea, pero Álvaro le recuerda que es una orden y que es importante tener el favor del conde duque.

Mientras esperan la llegada de los reyes, Quevedo recita un poema sobre la falsedad de la apariencia de las personas. Finalmente, los reyes y su séquito llegan al lugar. Alatriste se descubre ante ellos y el conde duque de Olivares le entrega una cadena de oro en nombre del rey. Alatriste agradece el regalo y el rey asiente en aprobación. Después de que la comitiva continúa su camino, Alatriste se queda en silencio y el narrador nota que la cadena del rey parece pesarle.

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