El año del diluvio

15 minutos

El año del diluvio Mendoza, Eduardo Produced by calibre 0.6.27

El año del diluvio Sobrecubierta

El año del diluvio Sobrecubierta

En este capítulo, una monja llega a la finca de Augusto Aixelá para pedirle ayuda para transformar el viejo Hospital en un centro asistencial para ancianos. Aixelá la recibe con cierta reticencia, pero finalmente accede a escucharla. La monja explica que el Hospital está en mal estado y las monjas que lo atienden no tienen conocimientos médicos. Propone convertirlo en un asilo de ancianos y busca financiamiento para llevar a cabo el proyecto. Aixelá revisa los números y le dice que las cifras no cuadran y que se necesitaría una inversión mayor. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. La monja insiste en que si logra reunir la suma inicial, podría conseguir ayuda oficial. Aixelá le pide que le dé el presupuesto y se compromete a revisarlo con su administrador. La monja regresa dos semanas después y Aixelá le dice que los números no son realistas. 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Siguiendo este capítulo, la monja Sor Consuelo se encuentra con Augusto Aixelá en su despacho. Él le cuenta que ha estado en Madrid por un asunto importante y que ha hecho gestiones para ayudarla con su proyecto. La monja le agradece su interés y le pregunta si su vida corre peligro debido a un bandolero que ha aparecido en la zona. Augusto Aixelá le explica que ha estado preocupado por su seguridad y ha intentado buscar ayuda de las autoridades, pero sin éxito. Después de hablar sobre el proyecto y la clausura del quirófano debido a las inundaciones, Augusto Aixelá invita a la monja a ver su colección de arte sacro. La monja acepta y se dirige a la casa de Augusto Aixelá, donde se encuentra con los perros y el jardinero. Después de un breve encuentro con el jardinero, la monja espera a Augusto Aixelá en su despacho. Mientras tanto, la monja y la ecónoma intentan visitar a la Guardia Civil, pero se retiran cuando ven al guardia civil leyendo una novela. Finalmente, la monja se encuentra con Augusto Aixelá en su despacho y hablan sobre el proyecto y la posibilidad de que ella ejerza una buena influencia sobre él. La monja también habla con la guardesa, Pudenciana, quien le cuenta sobre una mujer que amó a Augusto Aixelá pero que sufrió mucho debido a él. La monja se muestra reacia a escuchar más y le dice a Pudenciana que no sabe nada sobre esos asuntos.

Siguiendo este capítulo, la entrada de Augusto Aixelá interrumpe la conversación entre Pudenciana y Sor Consuelo. Augusto Aixelá lleva una bata de seda y un pijama de rayadillo. Pudenciana se asusta al ver la mirada enfadada de Augusto Aixelá. Sor Consuelo intenta calmar a Pudenciana y le pide que se retire. Augusto Aixelá le reprocha a Pudenciana que no le haya avisado de la visita de Sor Consuelo. La monja explica que no le permitió hacerlo porque sabía que él estaba de caza. Pudenciana se retira y Augusto Aixelá y Sor Consuelo se quedan a solas en el gabinete. Sor Consuelo se pone nerviosa y se pregunta por qué ha ido allí. Se acerca a un espejo y se asusta al ver su reflejo. Intenta abrir la puerta para salir al aire libre, pero no puede. Sale al zaguán y encuentra una despensa llena de conejos muertos. Augusto Aixelá la encuentra allí y ella se asusta y se desmaya. Él la despierta y le explica que son conejos muertos. Sor Consuelo le reprocha por matar a los animales y él le explica que es por deporte. Discuten sobre la caza y la muerte de los animales. Sor Consuelo se siente tranquila a su lado a pesar de las historias que le contó Pudenciana. Salen al zaguán y suben las escaleras hacia la planta superior. Pasan por un pasillo con retratos y llegan a una alcoba que era de la madre de Augusto Aixelá. Sor Consuelo se asoma a la ventana y luego se sienta en el escritorio. Augusto Aixelá le cuenta que su madre murió en esa habitación y que él la conserva tal como estaba. Sor Consuelo se siente mareada y sale a la galería exterior. Augusto Aixelá la sigue y la encuentra mirando el agua de la alberca. Le advierte que tenga cuidado y la lleva de vuelta a la casa. En el camino, ella le pregunta si la quiere y él le responde que sí. Llegan a la casa y Pudenciana les entrega un paquete de conejos. Sor Consuelo se despide y Augusto Aixelá le dice que la espera esa noche. Sor Consuelo regresa al Hospital y se siente confusa y alterada. Decide escribir una carta a la Superiora Provincial confesando sus faltas y pidiendo su traslado a un lugar de clausura. Luego escribe otra carta a Augusto Aixelá, pero la rompe. Decide ir a verlo en persona y se escapa del Hospital. Llega a la casa de Augusto Aixelá y tienen una conversación en la que él le dice que no tiene que renunciar a su proyecto del asilo de ancianos. Sor Consuelo se debate entre el amor y su deber religioso. El cabo de la Guardia Civil llega a la casa y Sor Consuelo decide irse. Se despide de Augusto Aixelá y sale de la casa.

Siguiendo este capítulo, sor Consuelo se encuentra con un pastor llamado Hilario en el camino. Hilario le explica que ha venido a buscarla porque hay una persona enferma que necesita ayuda y él ha venido a llevarla al Hospital. Sor Consuelo duda al principio, pero finalmente decide acompañarlo. En el camino, el pastor le explica que la persona enferma es su primo y que no puede traerlo al Hospital porque no puede caminar. Llegan a un refugio en la montaña donde encuentran al primo de Hilario, llamado lo coix, quien también está herido. Sor Consuelo se ofrece a ayudar y comienza a cuidar de él. Mientras tanto, Hilario va a buscar medicamentos al Hospital, pero no regresa. Lo coix le explica a sor Consuelo que Hilario ha sido capturado por la Guardia Civil y que han descubierto su escondite. Sor Consuelo decide quedarse con lo coix y el bandolero herido para cuidar de ellos. Sin embargo, son descubiertos por la Guardia Civil y el bandolero decide enfrentarse a ellos para dar tiempo a sor Consuelo de escapar. Sor Consuelo es rescatada por el cabo Lastre y llevada de regreso a casa de Augusto Aixelá. Allí, sor Consuelo se entera de que el bandolero ha muerto y se siente culpable por su muerte. Pudenciana consuela a sor Consuelo y le ofrece leche para que se recupere. Sor Consuelo busca una carta del bandolero en el gabinete de Augusto Aixelá, pero no encuentra nada. Finalmente, sor Consuelo vomita la leche y se siente culpable por lo que ha sucedido.

Siguiendo este capítulo, Pepet, el administrador de fincas, se encuentra con Sor Consuelo en la casa y le cuenta que el cabo Lastre le había dicho que la encontraría allí y que él le había dicho que se fuera, que él mismo la devolvería al Hospital. Pepet acompaña a Sor Consuelo a la casa y le informa de que el Gobierno ha enviado refuerzos a la zona para limpiar de maleantes las montañas. También le cuenta que el jefe de la banda ha resultado herido y que se está preparando una operación conjunta con la Guardia Civil y tropas regulares. Pepet le informa a Sor Consuelo de que Don Augusto Aixelá ha decidido partir de inmediato sin decir a nadie a dónde se dirige ni por cuánto tiempo. Pepet le revela a Sor Consuelo que Don Augusto se ha ido y no volverá mientras ella siga allí. Sor Consuelo se siente humillada y confiesa que creía en la sinceridad de las palabras y gestos de Don Augusto. Pepet le explica que Don Augusto es un buen chico, pero no puede evitar lo que no puede evitar. Sor Consuelo se despide de la casa y se dirige al Hospital en el camión verde de Pepet. En el Hospital, la comunidad religiosa la recibe con un recibimiento triunfal y jubiloso. Sor Consuelo se siente conmovida por el cálido recibimiento. La reforma del asilo de ancianos se lleva a cabo rápidamente y se inaugura con la presencia de destacadas personalidades políticas y religiosas. Sor Consuelo es relevada de su cargo y destinada a otro centro asistencial en el otro confín del país. Sor Consuelo acepta el cambio con gratitud y se dedica a convertir el nuevo centro en algo moderno y valioso. A lo largo de los años, Sor Consuelo se traslada a diferentes centros asistenciales y funda varias instituciones. Treinta años después, mientras discute con arquitectos y constructores sobre un nuevo edificio, Sor Consuelo sufre un desvanecimiento. El especialista que la examina le informa de que no hay nada que hacer y que le queda poco tiempo de vida. Sor Consuelo le pide al médico que la deje morir al pie del cañón, pero la Superiora Provincial decide trasladarla a un centro asistencial donde estará bien atendida. Sor Consuelo reconoce que es un estorbo para la orden y acepta su destino con gratitud. En el camino hacia el nuevo centro, Sor Consuelo reconoce la finca de Don Augusto Aixelá y pide al médico que la lleve allí. El médico accede y la lleva a la finca, donde encuentran al masovero que les permite entrar. Sor Consuelo visita el huerto y luego regresa al centro. Al día siguiente, Sor Consuelo se encuentra en un estado de extrema postración y muere. Los hermanos de Sor Consuelo llegan al centro y se enteran de su muerte. El médico Suñé recibe una carta de Sor Consuelo en la que ella revela que en la finca perdió la cabeza y el honor con un hombre por el que habría abandonado la vida religiosa. La carta también menciona que siempre ha querido a ese hombre y siempre lo querrá. El médico guarda la carta y se despide de Sor Consuelo.

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