1 hora y 5 minutos

1

En este capítulo, el narrador, Luis María Monroy de Villalobos, comienza recordando su infancia en la ciudad de Jerez de los Caballeros. Aunque era consciente de cierto misterio en la casa donde creció, considera que esos fueron los años más felices de su vida. Su madre, doña Isabel de Villalobos, era una mujer virtuosa y caritativa, alegre y siempre dispuesta a contarles cuentos a él y a sus hermanos. La casa en la que vivían era grande y fresca, con dos patios y un huerto al fondo. Sin embargo, Luis María no conocía a su abuelo materno, don Álvaro de Villalobos Zúñiga, ya que estaba cautivo en tierra de moros por haber servido a la causa de la Cristiandad. Su madre le aseguraba que Dios lo liberaría pronto y que harían grandes fiestas. Por otro lado, su padre, don Luis Monroy de Zúñiga, era capitán y estaba en la guerra contra los protestantes alemanes. A pesar de no conocerlo, Luis María creía que era el más hermoso y valiente caballero. La ciudad de Jerez de los Caballeros se encontraba en un lugar estratégico, con colinas que miraban al sur y cerros donde solían refugiarse los moros. La ciudad había sido conquistada por los Caballeros de Santiago, quienes le otorgaron el título de ciudad muy noble. Luis María fue bautizado en la parroquia de Santa María de la Encarnación y llevaba varios nombres de santos. Así, el narrador recuerda su infancia llena de cuidados y cariño, esperando el regreso de su abuelo y de su padre.

2

En este capítulo, el narrador recuerda su infancia en Jerez de los Caballeros. Describe los veranos llenos de luz y la sensación de libertad que sentía al salir a pasear con otros niños de su edad. También menciona las travesuras que hacían, como molestar a un hombre paralizado al que llamaban el Granadino. Luego, el narrador habla de sus hermanos mayores y de las batallas que solían tener con otros niños. Sin embargo, la vida del narrador cambia cuando sucede algo importante en su casa. Durante la siesta, escucha un griterío y corre hacia el lugar donde se encuentran todos. Descubre que su abuelo, don Álvaro de Villalobos, ha regresado después de haber estado cautivo. Sin embargo, su abuelo se comporta de manera extraña y agresiva, lo que desconcierta a todos. Finalmente, es controlado y llevado a sus aposentos, mientras que en la casa se instaura un ambiente de tristeza y secretismo. Las fiestas y celebraciones que la madre del narrador había planeado quedan en el olvido.

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En este capítulo, el narrador cuenta que durante el verano, don Álvaro no dio señales de vida y se mantuvo recluido en sus habitaciones. Los niños escuchaban gritos por las noches que les causaban miedo, pero no entendían lo que decían. El narrador tenía miedo de que los moros vinieran a llevárselo cautivo. Luego, llegó un nuevo médico llamado Moisés Peres, quien trató al narrador y a sus hermanos de una enfermedad con vapores de romero y otros remedios. El médico también estaba tratando a su abuelo y mencionaba que necesitaba tomar las aguas para curarse. Por lo tanto, decidieron llevar a don Álvaro a las fuentes de Alange. El narrador vio a su abuelo siendo llevado en una carreta junto con su abuela y otros acompañantes. Después, llegaron buenas noticias de que la guerra contra los protestantes alemanes había terminado y que su padre regresaría a casa. El narrador tuvo una pesadilla en la que su padre era muy pequeño y lo llevaban dos frailes y un moro al pozo donde se ahogaba. Despertó con miedo y con el deseo de que su padre no regresara nunca.

4

En este capítulo, el narrador cuenta cómo después de recuperarse de una enfermedad, experimenta un crecimiento repentino y se ve flaco y alto en el espejo. Un vecino lo confunde con su padre y esto lo lleva a reflexionar sobre cómo debe ser su apariencia. Mientras tanto, la familia se prepara para la Navidad, pero los ánimos están bajos debido a la enfermedad del abuelo y la ausencia del padre, que está en la guerra. El hermano mayor del narrador comienza a comportarse mal y se une a una banda de niños del barrio. Esto causa preocupación a la madre. Finalmente, los abuelos regresan a casa y son recibidos con alegría. El abuelo aparece vestido elegantemente y con una sonrisa en el rostro. Todos se dirigen a la casa y la abuela agradece a Dios por la recuperación del abuelo. El abuelo, con una mirada delirante, toma un atizador de hierro de la chimenea, asustando a todos, pero luego solo lo usa para remover las brasas debido al frío en la casa.

5

En este capítulo, los tres hermanos se encuentran castigados en un viejo lagar, pelando almendras para los dulces navideños. Su aya, Vicenta, los vigila y regaña constantemente. De repente, aparece su abuelo, don Álvaro, vestido con su hábito de Santiago y con una espada al cinto. Los niños hacen reverencia y don Álvaro les pregunta de quién son hijos. El mayor responde orgullosamente que son hijos del capitán don Luis Monroy de Zúñiga, yerno de don Álvaro. El abuelo los lleva a una habitación prohibida llamada "los doblados de don Álvaro", donde descubren un arsenal de armas antiguas. Don Álvaro les enseña cómo se usan las armas y les cuenta historias de batallas. Luego, les muestra cómo funciona un arcabuz y deciden probarlo en los huertos. Al disparar, el cerdo explota y don Álvaro cae al suelo, gritando consignas militares. Los criados acuden y se sorprenden por lo sucedido. La familia llega y la matanza de cerdos se adelanta debido al incidente.

6

En este capítulo, la casa está llena de deliciosos olores de comida preparada para la Navidad. La familia tiene la tradición de recibir a todos los parientes, criados y sirvientes en esos días y darles regalos y comida. La abuela no está muy animada, pero la madre la anima recordándole que el padre está sano y salvo en casa. Sin embargo, el padre ha estado causando problemas, como destripar animales y meterse en peleas con personas importantes de la ciudad. Una vez, después de la misa, insultó y golpeó a un caballero llamado don Fernando Casquete. Esto causó problemas y tuvieron que retirar la denuncia. Un día, mientras comían, llega el administrador de la casa con la noticia de que el padre ha regresado. Todos se emocionan y cuando el padre entra, la madre se desmaya de la emoción. Después de abrazarse y besarse, el padre saluda al resto de la familia. Los niños están sorprendidos y tímidamente se acercan a abrazarlo. El padre llora y todos sienten su olor a cuero y polvo.

7

En este capítulo, el narrador describe las fiestas de Navidad en su casa, donde su padre, don Luis Monroy de Zúñiga, es muy querido y tiene numerosos amigos. Durante estas fiestas, su madre se muestra más hermosa y feliz que nunca. Su abuela siempre recibe obsequios de su padre, lo cual la hace muy feliz. Sus tías también disfrutan de las bromas y cumplidos de su cuñado. Incluso don Álvaro, el abuelo del narrador, parece estar más contento y mejorado de sus chaladuras gracias a la compañía de su yerno.

El narrador y sus hermanos también se benefician de la presencia de su padre. Él les enseña muchas cosas y les fabrica armas de madera para que jueguen. A pesar de ser zurdo, el narrador se siente orgulloso de su habilidad y su padre le anima a usar su mano izquierda. Sin embargo, sus hermanos intentan imitarlo y usar la mano izquierda también, pero su padre les corrige y les dice que cada uno debe usar la mano que le corresponde.

Luego, el narrador narra una jornada de caza a la que su padre los lleva. Describen el viaje a los montes, el encuentro con pastores y la noche en una cabaña. Al día siguiente, participan en la cacería y el narrador se maravilla con la experiencia. Su padre demuestra su habilidad con la ballesta y mata a varios ciervos. Después de la cacería, los caballeros discuten sobre las diferentes formas de caza.

Al regresar a casa, el narrador se siente feliz y se duerme profundamente.

8

En este capítulo, el protagonista narra cómo, a los trece años, su padre se preocupó por su educación y contrató a un preceptor, don Celerino, un clérigo sabio y paciente. Aprendió a leer, escribir y mejorar su caligrafía. Aunque al principio le costaba, pronto comprendió la importancia de los conocimientos latinos para admirar a los grandes hombres del pasado. También se fascinaba con las historias de batallas narradas por Tito Livio y Salustio, así como las crónicas de reyes y nobles señores. Don Celerino veía el mundo como un lugar peligroso y enfatizaba la importancia de alcanzar la salvación del alma. El preceptor era exigente y las clases comenzaban temprano en la mañana, con lecturas de obras clásicas y corrección de apuntes. El protagonista también aprendió sobre la división del mundo en dos imperios: el terrenal y la Ciudad de Dios. Don Celerino explicaba los enemigos del Emperador, como Francia y los protestantes, y la amenaza de los turcos. El padre del protagonista participó en varias guerras y fue capturado por los moros durante un naufragio.

9

En este capítulo, el narrador nos sitúa en el año 1555, un año difícil para el Imperio español. El Emperador convoca a todos los caballeros para que acudan en auxilio de su causa, ya que el frente antiprotestante del Tirol ha retrocedido ante el avance de los herejes enemigos. Además, se ha fracasado en el cerco a los franceses en Metz. La buena fama de los ejércitos españoles está en entredicho.

El padre del narrador está furioso y se pregunta si todo lo que han hecho en Mühlberg ha valido la pena. Su madre intenta calmarlo, pero teme que su esposo decida unirse a la empresa de la Cristiandad. El padre, con poco más de treinta años, siente que debe dar lo que le queda de juventud en la guerra. La madre suplica que no lo haga por el bien de sus hijos y de ella misma.

En medio de esta situación, el abuelo del narrador empeora. A causa de su pérdida de memoria, confunde a las personas, incluso a sus propios hijos. El vicario de la Orden de Santiago convoca a un capítulo en Jerez de los Caballeros y el hermano del abuelo se hospeda en su casa. El abuelo se entera de las derrotas de la Cristiandad y decide ir a luchar contra los moros. Se arma y se dispone a partir, pero su familia intenta detenerlo sin éxito. Finalmente, deciden llevarle la corriente y le traen su caballo. El abuelo sale galopando y la familia se preocupa por su seguridad.

El narrador y su hermano mayor van en busca de su padre para contarle lo sucedido. Los tres parten en busca del abuelo y preguntan a las personas que encuentran en el camino. Finalmente, encuentran al caballo del abuelo y lo siguen hasta encontrarlo tumbado junto a un arroyo, herido por una rama de encina. Lo llevan de vuelta a casa y las mujeres dan gracias a Dios por su regreso.

Después de este incidente, el abuelo cae en una tristeza y melancolía que lo lleva a la cama, sin poder levantarse. Ningún remedio logra mejorar su estado de ánimo. En sus últimos momentos, repite que no deben dejar que los moros vuelvan y que deben proteger los reinos. La abuela le pide que descanse y el abuelo lamenta que la juventud esté "mano sobre mano" mientras los reinos se pierden. Estas palabras afectan profundamente al padre del narrador, quien se debate sobre si debe unirse al tercio o no.

10

En este capítulo, se narra la muerte de don Álvaro de Villalobos y el luto que se vive en su casa. Se describe cómo la casa se llena de sombras debido a las velas encendidas y cómo su cuerpo yace en la habitación con las manos cruzadas sobre el pecho. Se realizan funerales solemnes en los que se elogia la vida y sacrificio de don Álvaro. Después del luto, los hermanos, Maximino y el narrador, deciden unirse a los tercios para luchar contra los infieles. Maximino se alista y el padre decide acompañarlo, dejando a la madre desesperada. Tiempo después, llegan las noticias de que el padre ha muerto en combate. La madre enferma y la tristeza se apodera de la casa. Además, se menciona que el emperador don Carlos ha abdicado y se espera que tiempos mejores lleguen. Por último, se revela que el narrador será enviado a Belvís de Monroy para recibir instrucción militar bajo la tutela de su tío.

libro II

En este capítulo, el protagonista nos cuenta que, siguiendo el deseo de su padre, se fue a servir como paje en el castillo de Belvís. Su objetivo era recibir instrucción en el arte de la guerra por parte de don Francisco de Monroy.

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En este capítulo, el protagonista narra su partida de casa para comenzar su viaje. Su despedida estuvo llena de dolor y tristeza, y solo estuvieron presentes su tío y su hermano. Antes de partir, su tío le dio algunas armas y su abuela le entregó dinero para su viaje. También recibió la mejor montura de la casa y dos criados para acompañarlo. El viaje fue largo y difícil, atravesando diferentes paisajes y enfrentando el mal tiempo. Finalmente, llegó al castillo de Belvís de Monroy, donde fue recibido por su tía y su prima Inés. Sin embargo, descubrió que su tío había fallecido y que el castillo ya no estaba habitado por los Monroy. A pesar de esto, su tía se ofreció a ayudarlo y le proporcionó ropa seca y un lugar para descansar. El capítulo termina con el protagonista agradecido y feliz por haber sido bien recibido en su nuevo hogar.

12

En este capítulo, el protagonista es despertado por su tía Beatriz e Inés, quienes lo animan a salir de la cama y disfrutar del hermoso día. Aunque se siente avergonzado por estar solo con su camisón de dormir, su tía le asegura que pronto llegará Ventura con su ropa seca. Después de vestirse, baja al salón donde se encuentra con su tía y prima, quienes le hacen preguntas sobre su familia y especialmente sobre su padre. Doña Beatriz le cuenta historias de su padre cuando era joven y cómo se enamoró de su madre. Luego, los tres salen a recorrer el castillo, mientras Ventura les cuenta las historias y leyendas asociadas a cada torre y rincón. Finalmente, llegan a una torre desde donde pueden contemplar un hermoso paisaje y doña Beatriz le revela al protagonista que ha decidido esperar a que su esposo regrese para determinar su futuro. Además, le revela que el emperador Carlos V se retirará cerca de allí, en la comarca de la Vera de Plasencia, mientras se construye un monasterio en Yuste.

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En este capítulo, el narrador cuenta cómo se adaptó fácilmente a vivir en Belvís y disfrutar de la compañía de las encantadoras damas que lo acogieron. Descubre que doña Beatriz, su tía, tiene cuatro hijos que están en el palacio de Oropesa al cuidado de sus ayas. Doña Beatriz solía visitar Belvís dos veces al año, en verano y en invierno, para recoger los frutos de la cosecha y hacer las matanzas. Aunque se entristece al ver cómo ha cambiado el lugar desde la muerte de su padre, ella se encarga de poner orden y cuidar de las fundaciones de la familia. Un día, el narrador se maravilla al ver la nieve por primera vez y propone hacer una fiesta. Doña Beatriz acepta y ordena preparar un banquete en el castillo. Después de asistir a misa, la gente del pueblo celebra la fiesta en la plaza con música, bailes y actuaciones. Finalmente, doña Beatriz reparte regalos entre los invitados y le obsequia al narrador un jubón, un cinturón y una gorra. También le regala a Inés una vihuela. La fiesta termina con Inés cantando una hermosa canción.

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En este capítulo, el narrador relata cómo Inés lo anima a cantar y tocar la vihuela. Al principio, el narrador duda de sus habilidades y teme hacer el ridículo, pero finalmente accede a intentarlo. Se encuentran en un rincón de la galería y comienzan a cantar juntos, con Inés tocando la vihuela. El narrador se sorprende de lo bien que canta y se siente feliz de compartir este momento con Inés. Después de cantar, Inés lo elogia y le propone enseñarle a tocar la vihuela. A partir de ese momento, todos los días se reúnen en el mismo lugar para practicar música juntos. Inés le enseña los acordes y las inflexiones de la voz, y le explica la importancia de sentir la canción. El narrador se siente fascinado por la música y por Inés, y espera con ansias cada día para poder practicar con ella.

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En este capítulo, llega un mensajero con una carta del conde de Oropesa para doña Beatriz. En la carta, el conde le informa que no podrá ir a Belvís debido a complicaciones en sus negocios con el Emperador, por lo que solo podrá pasar un par de semanas en Oropesa. Doña Beatriz decide prepararse para partir y menciona que quiere visitar a los frailes franciscanos del Berrocal antes de irse. La casa de los Monroy tiene una fundación hecha desde los tiempos de don Francisco, el séptimo señor, que consiste en un convento de frailes cercano a la villa. El domingo temprano, doña Beatriz, Inés y el narrador van a visitar a los frailes. Durante el camino, disfrutan de la hermosa mañana y conversan alegremente. Inés canta una canción y luego menciona que alguien más cantará y tocará música pronto. Llegan al convento de San Francisco, donde son recibidos por los frailes. El padre vicario, fray Francisco de Villasbuenas, saluda a doña Beatriz y conversan sobre la fundación del convento y los frailes que partieron hacia las Indias. Después de asistir a la misa, tienen un almuerzo y continúan la conversación sobre los frailes misioneros. Finalmente, visitan la tumba de fray Juan Xuárez y veneran sus restos. Aunque doña Beatriz está contenta, el narrador se siente incómodo y con un sabor amargo en la boca.

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En este capítulo, el narrador relata su viaje a Oropesa junto a doña Beatriz. A su llegada, son recibidos por los lacayos y administradores del palacio. Se les informa que el conde vendrá de las Cortes en un mes. Las criadas les informan que los hijos de doña Beatriz ya están durmiendo. Al día siguiente, el narrador se pierde en el inmenso palacio y finalmente encuentra a su tía Inés, quien le presenta a Margarita, otra dama de compañía. El narrador se siente celoso de la atención que Inés le presta a Margarita. Luego, Inés muestra al narrador la hermosa vista desde el ventanal. Le explica que el condado se extiende por el campo Arañuelo y la sierra de Credos. El narrador se siente abrumado por la cantidad de gente que se ha congregado en Oropesa debido a la inminente llegada del conde y se da cuenta de que doña Beatriz se ha olvidado de él. El jefe de la casa, don Marcelino Antúnez, lo asigna como paje y le ordena que se le tomen las medidas para un nuevo traje. El narrador se siente ofendido por el comentario de don Marcelino sobre su ropa. Entre los otros pajes, el narrador se encuentra con hostilidad y desprecio, especialmente por parte de Fernando, el jefe del grupo. El narrador decide evitar a los otros pajes y soportar sus insultos en soledad.

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En este capítulo, Luis María continúa sufriendo el acoso y maltrato por parte de sus compañeros en el castillo. A pesar de intentar desahogarse con Inés, ella se enfada con Fernando y no puede ayudarlo. Las cosas empeoran cuando durante las lecciones de armas, Luis María demuestra su habilidad y derrota al maestro de armas. A pesar de recibir elogios por parte del maestro, esto solo provoca más envidia y hostilidad por parte de sus compañeros. Una noche, Luis María despierta con añoranza y tristeza, sintiéndose humillado y despreciado. Además, sus compañeros le juegan una cruel broma al ponerle una redomilla hecha con mierda en su lecho. Finalmente, el jefe de la casa y el sastre llegan a su alcoba para entregarle su uniforme de paje. A pesar de sentirse avergonzado, se viste con las galas y decide vengarse de sus compañeros. Baja al patio y se enfrenta a Fernando en un duelo de espadas, pero es detenido por el maestro de armas y otros caballeros. Es llevado a una oscura mazmorra, donde se encuentra atrapado y lleno de ira.

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En este capítulo, Luis María es llevado ante la presencia de la condesa y doña Beatriz se lamenta de que esto suceda justo cuando el conde está a punto de llegar. Luis María está en un estado de confusión y desaliento y se niega a hablar. Inés le suplica que diga algo y le cuente todo a doña Beatriz. Sin embargo, Luis María se siente avergonzado y no levanta la mirada. Inés le pide a doña Beatriz que todos salgan para hablar en privado. Después de una larga conversación entre doña Beatriz, Inés y Margarita, todos vuelven al salón. Luis María desea morir o irse del castillo lo antes posible. Doña Beatriz se acerca a él llorando y lamentándose por no haber prestado atención a su situación. Inés y Margarita también se culpan a sí mismas por no haber intervenido. Don Marcelino critica a Luis María y le dice que debería irse. Luego, Margarita anuncia que doña Beatriz quiere ver a todos los pajes. La condesa reprende a los pajes por haber acosado a Luis María y les recuerda que deben tratarse como hermanos. Fernando se arrepiente y pide perdón a Luis María. Finalmente, todos se abrazan y doña Beatriz les ordena que confiesen sus pecados y que no se hable más del incidente. A partir de ese momento, los compañeros de Luis María lo tratan como uno de ellos. Además, Luis María continúa su aprendizaje de la música con Inés y se inclina por la vihuela de péñola. Inés le enseña a leer la tablatura y le muestra los secretos de la música cifrada.

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En este capítulo, llegan constantes noticias al palacio de Oropesa sobre la demora del Emperador en su viaje a España, lo cual retrasa la llegada de don Fernán Álvarez de Toledo. Doña Beatriz se exaspera por esta tardanza y se queja de que cada vez llegan más nobles al palacio. Ante la ausencia del conde, la condesa se ocupa de adecentar el palacio de Jarandilla. Mientras tanto, el narrador cumple catorce años y experimenta cambios en su persona. Su tía le permite continuar su educación con el preceptor de sus hijos, fray Pedro de Alcántara, un fraile franciscano. Aunque fray Pedro se encarga principalmente de la educación de los hijos del conde, en su ausencia, otro fraile franciscano, fray Francisco de Villagarcía, se ocupa de la educación del narrador. Fray Francisco se enfoca en enseñarles a orar y confiar en la misericordia de Dios. El narrador encuentra difícil comprender la vida austera de los franciscanos. Durante la Semana Santa, fray Pedro de Alcántara llega al palacio de Oropesa y se aloja en una austera habitación, siguiendo las reglas de la pobreza. Doña Beatriz lo considera un santo en vida y confía en que será su intercesor en el Cielo.

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En este capítulo, el narrador y Inés pasan sus días de mayo tocando la vihuela y cantando juntos. Disfrutan de la compañía de los pájaros y del hermoso paisaje que los rodea. Inés señala a Jarandilla, un pueblo en el horizonte, y le cuenta al narrador sobre el palacio donde suelen pasar los veranos. Hablan sobre la visita del Emperador y cómo esto afectará su vida. Luego, se dedican a practicar música juntos, utilizando diferentes libros de partituras. El narrador se siente atraído por Inés y se acerca a ella mientras tocan. Hablan sobre las fiestas en el palacio y Inés canta una canción que aumenta la pasión del narrador. Sin embargo, cuando el narrador se acerca demasiado, Inés se aparta y le explica que no pueden tener muestras de afecto tan públicas. El narrador se siente confundido y triste por la reacción de Inés.

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En este capítulo, el narrador expresa su obsesión por Inés y cómo la sigue a todas partes. Sin embargo, comienza a darse cuenta de que ella lo está evitando y ya no quiere estar con él como antes. Esto lo desconcierta y lo llena de desazón. Además, su rendimiento en los entrenamientos militares comienza a disminuir. Un día, escucha a Inés cantando bajo un árbol en los jardines, acompañada por Margarita. Se acerca sigilosamente y se da cuenta de que Margarita ha ocupado su lugar en la vida de Inés. Esto lo enfurece y confronta a Inés, pero ella se niega a responder y huye. Margarita le explica que está creciendo y que las cosas están cambiando entre ellos. El narrador se siente humillado y despreciado. Luego, se encuentra con su propio reflejo en un espejo y se siente avergonzado por las contradicciones en su alma. Busca consuelo en la música y en la lectura de historias de santos y mártires. El narrador se siente angustiado por sus pasiones y por la necesidad de perfeccionar su alma. El fraile Francisco le advierte sobre los peligros del mundo y le insta a luchar por los humildes y oprimidos. El narrador se siente angustiado por la dificultad de salvar su alma debido a los peligros que lo rodean, especialmente la lujuria y la codicia.

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En este capítulo, se anuncia la llegada del conde y se prepara todo el palacio para recibirlo. Se cuelgan tapices, se colocan estandartes, se extienden alfombras y se ponen flores en las estancias. El conde llega rodeado de una gran comitiva, con tamborileros, flautistas y doncellas que arrojan pétalos de rosa a su paso. Se le da la bienvenida con gritos de alegría y vivas. La condesa, sentada en un trono, entrega las llaves de la casa al conde y llora de felicidad. Luego, se muestra el botín que el conde ha traído de sus batallas, con objetos preciosos, joyas, telas y monedas. Después, los hombres se reúnen con sus familias y se forma un alboroto de abrazos y griteríos. En el interior del palacio, se realiza una ceremonia de bienvenida íntima y se entona el Tedeum. Por la noche, se celebra una fiesta con comida y bebida. El protagonista, Luis María, llena la copa del conde y luego canta junto a Inés varias canciones, entre ellas una que emociona a todos los presentes. Después de la actuación, Luis María se emborracha y causa un alboroto en el palacio, hasta que finalmente es llevado a su habitación.

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En este capítulo, el conde decide ir a Guadalupe para agradecer a la Virgen María por haberlo protegido en sus batallas. Doña Beatriz organiza la peregrinación y solo se quedará en el palacio el personal necesario. La comitiva sale el 2 de septiembre, encabezada por los aldeanos y seguida por los caballeros, los lacayos, los condes y los frailes. Durante el camino, los ancianos se retiran debido al calor y pasan la noche cerca del río Tajo. Allí, Inés le pide a Luisito que la acompañe a un lugar apartado, donde tres chicas le piden que les cante. Inés revela a Luisito que está comprometida con un caballero de Toledo y que no puede estar con él. A pesar de esto, confiesa que lo ama y que el amor entre ellos es diferente al amor fraternal. Inés explica que doña Beatriz también estuvo enamorada de su padre, pero no pudo casarse con él. Luisito y Inés se besan apasionadamente, pero son interrumpidos por Margarita, quien busca a Inés para que cante para doña Beatriz. Inés le pide a Luisito que se esconda y se enfrenta a Margarita.

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En este capítulo, la peregrinación continúa su camino por parajes agrestes, atravesando bosques y montañas. Llegan a la aldea de Navatrasierra y cruzan las sierras de Altamira para adentrarse en la espesura de castaños y encinas carrascas. Finalmente, llegan a la humilde puebla de Guadalupe, donde se encuentra el majestuoso monasterio. Los peregrinos son recibidos por el prior del monasterio y otros nobles. Después de los saludos, entran al templo, donde son rociados con agua bendita y se les pide que se humillen ante el Altísimo. Avanzan hasta el altar principal, donde se encuentra la imagen de Nuestra Señora. Se descorren los cortinajes y aparece la imagen de la Virgen de Guadalupe, vestida de brocados y oro. Los peregrinos oran y contemplan la imagen. Después, salen al atrio donde se encuentra un mercado colorido. Doña Beatriz reparte alimentos y ropa a los mendigos y también reparte monedas entre el séquito. El narrador, cansado y adormilado, se sienta en las gradas del templo y se queda dormido. Despierta con el estrépito de los cautivos redimidos que entran al templo arrastrando cadenas. El narrador ayuda a un ciego a subir las escaleras y lo lleva hasta la reja del altar mayor. El ciego le cuenta su historia de cautiverio y cómo encomendó su liberación a la Virgen de Guadalupe. A pesar de ser ciego, el ciego afirma que ha visto a la Virgen con los ojos del alma. El narrador se despide del ciego y sale del templo. Encuentra a Inés y juntos se dirigen a lavarse en una fuente cercana. Inés canta mientras el narrador se lava y se preparan para ensayar para una presentación en el monasterio al día siguiente.

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En este capítulo, el conde de Oropesa no descansa desde que llegó a Oropesa y ya está planeando ir al castillo de Jarandilla. Acompañamos a los condes en un viaje hacia Jarandilla, donde doña Beatriz se ha encargado de adecentar el castillo. Durante el viaje, disfrutamos de los paisajes y la naturaleza, cruzamos el río Tiétar y nos adentramos en bosques y huertas. En los pueblos por los que pasamos, los aldeanos nos reciben con entusiasmo y los alcaldes e hidalgos nos dan una cálida bienvenida. Se forma una junta de prohombres en Jarandilla y se anuncia la próxima venida del Emperador en las iglesias y plazas.

Llegamos al castillo de Jarandilla, donde somos recibidos por el alcaide y su familia. El alcaide pregunta por la llegada del Emperador, pero el conde no tiene noticias recientes. Nos instalamos en el castillo y disfrutamos de su belleza y tranquilidad. Al día siguiente, el conde me despierta temprano para que lo acompañe como palafrenero y lleve las riendas de su caballo. Salimos al encuentro del comendador mayor de la Orden de Alcántara, quien llega a la villa. El conde y el comendador se saludan y hablan sobre la llegada del Emperador, quien se encuentra en Gante esperando a que los vientos sean favorables para embarcarse hacia España. El conde se alegra de la noticia y espera que el santo arcángel Miguel proteja al Emperador en su viaje.

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En este capítulo, se revela que el Emperador está en Valladolid, donde sus hermanas, su hija y sus consejeros intentan persuadirlo de que retrase su viaje hasta la primavera. Sin embargo, en Jarandilla, los preparativos están casi terminados. El comendador de Alcántara visita regularmente al conde para supervisar las obras en Yuste. Después de la cena, el conde y el comendador se sientan junto a la chimenea para hablar de sus asuntos. El comendador se queja de que el palacio y el convento no estarán terminados hasta dentro de un año debido a la falta de dinero. El conde menciona que el invierno se acerca y espera que el Emperador se quede en Valladolid hasta el verano. El comendador menciona que incluso si las obras se terminan en primavera, el edificio no será habitable de inmediato. Los días pasan con el conde y el comendador yendo y viniendo a Yuste para cumplir con los deseos del Emperador. En la Vera, el otoño llega y los árboles cambian de color. El narrador y Inés retoman sus escapadas a la siesta y se encuentran en un lugar apartado en la ribera de una garganta. Allí, cantan una copla triste y discuten sobre la importancia de transmitir el sentimiento en la música. El narrador intenta cantar una canción con sentimiento y al terminar, Inés lo elogia y lo abraza.

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En este capítulo, el narrador nos cuenta que Fernando, el paje, se queda en Oropesa para completar sus enseñanzas y convertirse en escudero. Por lo tanto, el narrador es nombrado jefe de los pajes en Jarandilla. Sus obligaciones incluyen servir a los condes, como llevar sus caballos, servir el vino en la mesa, acompañar a la condesa al mercado y participar en los juegos de los hijos de los condes. Además, el narrador tiene habilidad para cantar y ameniza los banquetes. Durante este tiempo, el comendador de Alcántara, don Luis de Ávila, visita con frecuencia el palacio y se muestra impresionado por la habilidad del narrador para cantar. La condesa le explica al comendador que el narrador es pariente suyo y que su padre murió en la batalla de Bugía. El comendador le ofrece al narrador la oportunidad de convertirse en caballero de la Orden de Alcántara, pero el conde decide que el narrador permanezca en su casa y sirva a la mesa del Emperador mientras esté en el castillo. El narrador se envanece por las alabanzas y comienza a soñar con convertirse en un gran caballero. Durante este tiempo, el narrador descubre los libros de caballería y se aficiona a ellos. Inés, su amiga, le muestra el libro "Amadís de Gaula" y le explica que le eleva y le hace soñar. A pesar de la prohibición del Santo Oficio, el narrador decide leer el libro.

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En este capítulo, el narrador describe el cambio de estación a otoño y cómo las lluvias transforman el paisaje de la Vera en uno triste. A pesar de esto, el narrador se refugia en la lectura de libros de caballería, especialmente en la historia de Perceval, un héroe que aprende gradualmente a ser un caballero. El narrador se identifica con los valores y comportamientos de los caballeros y desea parecerse a ellos.

Un día, llega un mensajero empapado y agotado para anunciar que el Rey está de camino. El conde de Oropesa y su hermano, don Francisco de Toledo, se preparan para recibir al Rey en Jarandilla. Se organizan los preparativos y se avisa a los aldeanos para que acondicionen los caminos. Finalmente, don Francisco de Toledo llega a Jarandilla y anuncia que el Rey viene por la sierra de Tormantos. Todos esperan ansiosos la llegada del Emperador y finalmente, después de un recibimiento solemne, el Emperador desciende de su litera. El narrador describe la apariencia del Emperador, destacando su aspecto avejentado y triste.

Este capítulo muestra la expectación y preparativos para la llegada del Emperador y revela la admiración del narrador por los valores de los caballeros.

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En este capítulo, el narrador cuenta cómo la presencia del Rey en el castillo ha generado un gran revuelo y preocupación entre los condes y su séquito. Durante la primera noche, todos tratan de mantener la tranquilidad y el silencio para no molestar al ilustre huésped. Sin embargo, al amanecer, el mayordomo del Rey informa a los condes que su majestad no está satisfecho con el alojamiento que se le ha ofrecido. A pesar de que los condes han cedido su propia habitación y las mejores dependencias del castillo, el Rey desea un lugar más discreto y acogedor. Los caballeros presentes en la discusión intentan calmar a los condes y explicarles que el Rey está fatigado y enfermo, por lo que necesita un lugar más adecuado para descansar. Finalmente, deciden permitir al Rey recorrer el castillo y elegir él mismo su alojamiento. A mediodía, el secretario informa a los condes que el Rey ha encontrado una habitación que le agrada, una alcoba tranquila con vistas a los jardines. Los condes se alegran de que el Rey esté contento y agradecen a Dios por ello.

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En este capítulo, el otoño trae consigo fuertes vientos y lluvias, haciendo que los días sean oscuros y melancólicos. Los condes se preocupan por el mal clima, ya que afecta la salud del Emperador. Se construye una chimenea en su habitación y se traen colchas de plumas para mantenerlo caliente. A pesar de la lluvia persistente, muchos nobles y dignatarios llegan al castillo para rendir homenaje al Rey. El mayordomo Quijada revisa los regalos y retira los alimentos perjudiciales para la gota del Emperador. La gente del séquito y los sirvientes se reparten la comida. La llegada de tantos nobles a Jarandilla es un gran acontecimiento para los aldeanos, que se convierten en anfitriones y los alojan. A finales de noviembre, el Emperador decide visitar las obras de Yuste, a pesar de la densa niebla. Finalmente, regresa al castillo porque las obras no están terminadas. El Emperador espera a que el clima mejore antes de mudarse al monasterio.

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En este capítulo, el narrador se siente frustrado porque Inés está evitándolo y decide buscarla por el castillo. En su búsqueda, se encuentra con Margarita, la inseparable amiga de Inés, quien se burla de él al repetir constantemente la pregunta sobre si ha visto a Inés. El narrador le pregunta a Margarita si ha visto a Inés y ella responde de manera sarcástica, insinuando que Inés tiene cosas más importantes que hacer que cantar con él. El narrador se enfada y Margarita le propone esperar a Inés en el salón. Mientras esperan, el narrador observa a Margarita bordando y canturreando una copla burlona sobre Inés. El narrador se siente irritado por la actitud de Margarita y decide ir al jardín. Allí, ve a Inés sentada en un banco junto a un caballero alemán, el capitán de los alabarderos. El narrador se enfurece al verlos juntos y confronta a Inés. Ella le presenta al capitán y el narrador se marcha humillado.

Luego, se narra la celebración de la víspera de la Virgen de la Concepción en Jarandilla. Los jóvenes del castillo, incluyendo al narrador y a Inés, se unen a la fiesta en la plaza del pueblo. Inés destaca cantando y tocando la vihuela, mientras el narrador, enfurruñado, la observa de cerca. Los alabarderos alemanes también se unen a la fiesta y el narrador se siente celoso al ver a Inés interactuando con el capitán Ulrich. El narrador decide ir a una taberna con su amigo Rodrigo de Vera para ahogar sus penas en vino. Allí, Rodrigo le cuenta al narrador que los alabarderos alemanes están ociosos y causando problemas en el pueblo. Después, regresan a la plaza y se unen a la celebración. Sin embargo, la fiesta se descontrola cuando los alabarderos alemanes se enfrentan a los mozos del pueblo y causan destrozos. La situación se calma cuando llega la Santa Hermandad y los alguaciles. Los días siguientes, el castillo está agitado por las quejas de los vecinos y los condes tienen que compensar los daños causados. Finalmente, el rey decide licenciar a los alabarderos alemanes y despedirlos, lo que causa tristeza y lástima tanto para los que se quedan como para los que se van. El rey se despide de ellos con lágrimas en los ojos y los alabarderos abandonan el castillo.

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En este capítulo, el narrador cuenta cómo el prior del monasterio de Guadalupe llega a Jarandilla para obsequiar al Rey con un par de carneros cebados. El conde sale a recibirlo y el narrador, llevando la yegua por el freno, se encuentra con su hermano Lorenzo, que se ha convertido en monje. Ambos se alegran de verse y hablan de su madre. Después de dos días, los monjes se marchan y el narrador se entristece al saber que verá a su hermano poco en el futuro. En Nochebuena, se celebra un gran banquete en honor al Emperador. La condesa se encarga de preparar la mesa con los mejores platos y la vajilla más fina. El narrador es asignado para servir la copa del Rey y también se le pide que cante para él. Con la ayuda de Inés, ensaya una canción y finalmente la interpreta durante el banquete. El Emperador se conmueve hasta las lágrimas y pronuncia un discurso emotivo, expresando su tristeza por dejar a sus súbditos. Todos se despiden con lágrimas y el Emperador se retira. El narrador se queda con la vihuela en la mano, presenciando el triste desenlace.

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En este capítulo, el año es 1556 y el Rey está empeorando de sus enfermedades. Un médico italiano llamado Giovanni Andrea Mola llega a Jarandilla y le aconseja al Rey dejar de beber cerveza, pero él se niega. Durante este tiempo, importantes personajes visitan Jarandilla y el narrador tiene la oportunidad de conocerlos. Los médicos se enfadan por el ajetreo que esto causa al Rey. A finales de enero, se anuncia que las obras del palacete en Yuste están terminadas y se prepara el traslado del Rey. Antes de partir, el narrador es llevado ante los condes, quienes le informan que cumplirán la última voluntad de su padre y lo enviarán a servir en el ejército. El último día en Jarandilla, el Rey asiste a una procesión y a misa. Durante el día, se siente bien y ofrece un gran banquete a todos los que le sirven. Después de la comida, el narrador es presentado al Rey y este lo acepta en el ejército. Esa tarde, el narrador se encuentra con Inés en los jardines y se despiden con tristeza. El narrador se marchará a cumplir su sueño de convertirse en caballero y Inés se casará con otro hombre. Terminan cantando juntos antes de separarse.

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En este capítulo, el protagonista narra cómo partió de la Vera de Plasencia a los dieciséis años para unirse al ejército. Llevaba consigo todas sus pertenencias, incluyendo cartas de recomendación que le abrirían las puertas del ejército. Llegó a Cáceres y se dirigió al cuartel de la Santa Hermandad, pero no había llamamiento a la milicia en ese momento. Sin embargo, descubrió que el general don Álvaro de Sande, para quien llevaba las cartas, tenía familiares en Cáceres. Fue llevado a la casa de los Sande, donde conoció a don Jerónimo de Sande, sobrino del general. Don Jerónimo se ofreció a reclutar al protagonista para el tercio de su tío y lo invitó a unirse a su familia en un patio con un pozo en el centro. Allí, don Jerónimo explicó sus planes de reclutamiento y cómo tenía previsto viajar por Extremadura y Andalucía para reunir a los soldados. También mencionó que el ejército estaba compuesto por campesinos, aventureros y personas sin otras opciones. El protagonista visitó a los parientes de su madre en Cáceres, quienes lo acogieron en su casa.

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En este capítulo, el narrador cuenta cómo permaneció en Cáceres durante el mes de marzo y parte de abril, sirviendo como paje y ayudante de don Jerónimo de Sande. Don Jerónimo lo elogia por su educación y habilidades militares, y le explica cómo han cambiado las tácticas de guerra en los últimos tiempos, con la infantería y las armas de fuego tomando un papel más importante. A principios de abril, llega el lugarteniente de don Jerónimo con reclutas y se completa la primera parte del reclutamiento. Don Jerónimo visita a las familias nobles de Cáceres para reclutar soldados principales y se une a la compañía una decena de jóvenes de linajes importantes. El narrador se siente halagado por las palabras de don Jerónimo y se esfuerza por cumplir con sus expectativas. La compañía parte hacia el sur y en el camino se encuentran con un grupo de cerdos pastando. Los reclutas, hambrientos, piden permiso para abastecerse y se produce un caos cuando empiezan a matar y saquear los animales. El narrador se compadece de los reclutas y se retira sin comer. Más adelante, el señor Gume informa a don Jerónimo sobre la situación de hambre de los reclutas y se decide permitirles abastecerse en una cortijada. Los reclutas se lanzan sobre el ganado y se produce un enfrentamiento con el dueño del cortijo. Finalmente, la compañía se detiene y los hombres cocinan la carne. El narrador se sorprende por estos actos del ejército y cuestiona su legalidad, pero don Jerónimo le explica que es necesario para mantener el orden y la paz en el reino. El narrador admira la tranquilidad y valentía de don Jerónimo.

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En este capítulo, el grupo se acerca a Mérida y se encuentran con una banda de gente armada que se acerca a ellos a caballo. El señor Gume sospecha que podrían ser personas enfadadas por haber requisado los abastos de un cortijo, pero el capitán decide esperarlos sin preocuparse. Resulta que son más de cien caballeros que se unen a la compañía. Después de dos semanas en Mérida reclutando más hombres, continúan su viaje hacia el sur. En el camino, se encuentran con más personas que se unen a la compañía, incluyendo hombres de Badajoz y Portugal. A medida que avanzan, la gente de las aldeas y caseríos salen a verlos pasar y les dan ánimos. Finalmente, llegan a Zafra, donde el narrador siente una gran emoción al estar cerca de su ciudad natal, pero no puede visitar a su familia. El capitán recluta a los hombres en diferentes lugares, seleccionando cuidadosamente a aquellos que se unen. También se menciona cómo se abastece la compañía y cómo se consiguen medios de transporte para la impedimenta. El narrador muestra su interés en el mundo militar y hace preguntas al capitán para aprender más.

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En este capítulo, el narrador describe cómo llega a la ciudad de Córdoba junto con don Jerónimo y el señor Gume. A medida que se acercan a la ciudad, el narrador se maravilla con los aromas y la belleza de los alrededores. Al entrar en la ciudad, se encuentran con un laberinto de calles estrechas y casas cerradas. Atraviesan un mercado y una plaza concurrida antes de llegar a la taberna de Sindo, donde deciden cenar. El narrador se viste con sus mejores galas, pero don Jerónimo le aconseja que se vista de manera más adecuada para una taberna. En la taberna, disfrutan de vino y comida deliciosa, mientras un músico morisco toca el laúd y canta una hermosa canción. Don Jerónimo descubre que el narrador es cantor y menciona que el general don Álvaro de Sande se alegrará de saberlo.

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En este capítulo, el protagonista se levanta temprano un domingo para explorar la ciudad. Su jefe decide quedarse en la posada y le da permiso para pasear por su cuenta. El protagonista sale a la calle y se encuentra con la luz intensa de la ciudad. Agradece el silencio y el aire limpio, ya que es domingo y la gente está descansando en sus casas o saliendo de las iglesias. Camina por las calles, admirando la arquitectura y los rincones hermosos de la ciudad. Llega a la catedral, un edificio impresionante construido por los moros y convertido en iglesia por los reyes cristianos. Continúa su paseo y llega a un puente sobre el río Betis, donde ve una noria que se utiliza para regar los jardines del palacio de los reyes. Luego, se adentra en el barrio antiguo de la Almedina y presencia un castigo público a unos ladrones. Después de esto, escucha la campana del Ángelus y se da cuenta de que tiene hambre. Decide ir a comer a la posada del Potro, donde se encuentra con el morisco del laúd. El protagonista le pide ver el laúd y el morisco se lo muestra. El protagonista intenta tocar el laúd, pero le resulta complicado. El morisco le explica que el laúd tiene diferentes modos de tañer dependiendo del estado de ánimo. El protagonista finalmente compra el laúd y se convierte en su pasatiempo durante su estancia en Córdoba. También se hace amigo del morisco y aprende a tocar el laúd con él. El protagonista se sumerge en el mundo de la música árabe y aprende sobre la núba, un conjunto de obras y poemas que se tocan en el laúd. Aunque no entiende el árabe, el protagonista se deja llevar por la música y el canto del laúd. Después de dos meses en Córdoba, el protagonista se convierte en un experto en el laúd y en el canto de las moaxajas y zéjeles.

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En este capítulo, don Jerónimo y su tropa llegan a Antequera, pero se llevan una sorpresa desagradable al descubrir que un capitán navarro se ha llevado a todos los hombres disponibles. A pesar de esto, don Jerónimo intenta calmar al alférez Gume y acepta la situación. Luego, continúan su camino hacia Málaga, donde quedan impresionados al ver el mar por primera vez. Acampan en las afueras de la ciudad y esperan a que haya galeras disponibles para embarcarse hacia Italia. Durante su estancia, el narrador aprende sobre la importancia de la marina y las diferencias entre las galeras y los navíos. También se encuentra con el alférez Gume, quien reconoce al narrador como el hijo del capitán Monroy, y le cuenta historias sobre su padre.

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En este capítulo, el protagonista nos cuenta cómo vivían muchos moros en Málaga y cómo aprovechaba su presencia para aprender sobre la música y la poesía de la núba. A pesar de la desaprobación de su jefe, el protagonista frecuentaba las tabernas del casco viejo, donde se encontraba con mujeres malagueñas que le llamaban la atención por su soltura y libertad. Una de ellas, llamada Matilde, lo invita a un lugar privado donde pasan la noche juntos. Sin embargo, al despertar, el protagonista se da cuenta de que la realidad no coincide con la imagen idealizada que tenía de Matilde y decide irse rápidamente. Luego, se siente arrepentido por sus acciones y busca la confesión en un convento. A partir de esta experiencia, el protagonista comprende la dificultad de vivir en el mundo y la importancia de estar alerta ante los engaños de la vida.

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En este capítulo, Don Jerónimo y su gente reciben permiso para embarcar a mediados de octubre. Viajan en galeras genovesas y napolitanas, navegando rápidamente cerca de la costa durante dos días. La tripulación viaja en cubierta y sufre las incomodidades del frío y la falta de higiene. Llegan a Génova el 6 de noviembre y esperan un día y medio para desembarcar. Finalmente, llegan a Milán el 8 de noviembre y se instalan en los cuarteles de invierno del tercio. Don Jerónimo trabaja arduamente para organizar a las tropas y prepararlas para la llegada del general don Álvaro de Sande. Los reclutas reciben una dura instrucción y aprenden las tácticas del tercio, donde la infantería tiene un papel fundamental. Se destaca la importancia de la disciplina y el entrenamiento en el manejo de las armas. También se menciona la victoria de San Quintín y los horrores del saqueo de la ciudad. El capítulo termina con García, un veterano que estuvo en la batalla, hablando de las ganancias obtenidas en el saqueo.

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En este capítulo, se narra el regreso de don Álvaro de Sande a Milán en la primavera de 1558. Se hacen grandes preparativos para su recibimiento, ya que trae nuevos oficios del Rey Felipe, quien lo nombra maestre de campo de todos los soldados españoles del tercio del Milanesado y gobernador de la ciudad de Asti y del valle de Ferrararia. Don Álvaro llega a los cuarteles de invierno a mediados de mayo y es recibido con una gran exhibición de armas y banderas. Durante ese día, los soldados tienen descanso y se alegran por los beneficios que los nuevos oficios de Sande traerán a los soldados españoles.

En julio, el capitán Jerónimo decide presentar a Luis María Monroy al general Sande, ya que ha cumplido con la instrucción y tiene méritos suficientes para ser soldado. Don Álvaro solicita una guarnición de soldados españoles para el presidio de Asti y selecciona a los hombres del tercio para formar una bandera completa. Monroy es presentado al general y se descubre que es nieto de un antiguo compañero de batallas de Sande. El general se alegra por este parentesco y decide nombrar a Monroy tambor del tercio.

Monroy se dedica a aprender el manejo de las cajas de guerra y en poco tiempo se convierte en tambor mayor. Además de los toques españoles, aprende a distinguir los toques de tambores alemanes, franceses, turcos y moriscos. Durante una fiesta en la residencia del general, Monroy canta y toca la vihuela, lo que le valdrá el reconocimiento y el puesto de tambor en el tercio.

En octubre de 1558, se anuncia la muerte del Emperador Carlos V y se realizan honras fúnebres en su honor. Durante los funerales, el general Sande se emociona al recordar al difunto emperador y no puede terminar la lectura de un poema en su honor. Monroy, ya como tambor primero, participa en el desfile y la música fúnebre que acompaña el catafalco del emperador.

En este capítulo se muestra la importancia de don Álvaro de Sande en el tercio de Lombardía, así como la relación cercana que tiene con sus hombres. También se mencionan los problemas que enfrenta la Cristiandad, como la presencia de herejes en Valladolid y los ataques de los turcos en Menorca.

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En este capítulo, se narra cómo concluyó el año de 1558 con la muerte del César y los cambios que hizo el rey Felipe en el Alto Mando del ejército y en el gobierno de los reinos del Imperio. Se firma la paz con los franceses en Cateau-Cambrésis, lo que supone un respiro para los ejércitos de Flandes y Lombardía. Aunque muchos veteranos militares se quejan de que se devuelven a sus antiguos dueños las tierras que costaron tantas batallas, se consuelan al recordar que al menos se conserva el botín. Don Álvaro de Sande no ve con buenos ojos estas nuevas alianzas y se queja de la prudencia excesiva. Algunos oficiales creen que estas paces con Francia serán beneficiosas para defender a la Iglesia Romana de los herejes. Sin embargo, la alianza del rey francés con el sultán turco causa malestar entre los caballeros españoles. Se celebra la muerte del rey Enrique de Francia en un torneo en París. También se producen cambios en Italia, como el nombramiento de nuevos gobernadores. En Asti se anuncia una gran campaña contra el moro en África para liberar Trípoli. Don Álvaro de Sande parte hacia Milán para ofrecerse con sus soldados españoles. Se espera en Génova a las galeras que llevarán a la tropa a Sicilia, pero el retraso en el pago de las soldadas y las raciones provoca malestar y deserciones. Estalla un motín liderado por un capitán italiano y el general de la armada se retira. Don Álvaro enferma y deben refugiarse en el castillo de Génova. El narrador se siente defraudado por la falta de disciplina y lealtad en el ejército. A pesar de todo, se preparan para la guerra contra el moro.

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En este capítulo, don Álvaro de Sande mejora de sus enfermedades, lo cual reconforta a la oficialidad que temía que la campaña fracasara. La situación se había vuelto muy fea debido a la deserción de muchos soldados y los motines. Se decía que solo un milagro enderezaría las cosas y se podrían cumplir las órdenes del rey. Los soldados estaban divididos y buscaban su sustento por Génova, que quedó muy dañada por el desorden. Mientras tanto, el Alto Mando se encontraba recluido en el castillo, deliberando sobre qué hacer.

Afortunadamente, el duque de Sessa llega con los pagos que le enviaron desde Flandes por tierra. Lo primero que se hace es publicar bandos para informar a los soldados y convocarlos a una retreta general, para que se reúnan en los cuarteles y en el gran campamento militar, que estaban casi desmantelados debido a tanto desorden. Parece que los hombres se calman con estas noticias y acuden al llamado.

Don Álvaro ordena que todos los oficiales se pongan las armaduras y se preparen para salir con sus caballos y armas, como si fueran a dar batalla. Luego ordena que las bandas de pífanos y tambores salgan del castillo formando una fanfarria guerrera antes de los combates. Con esto y con una fila de alabarderos y soldados de infantería leales, se dirige hacia la inmensa plaza de armas donde se reúnen las tropas.

En la plaza, los soldados abren paso a los músicos y algunos veteranos preguntan si es cierto que el virrey ha traído los pagos. Aunque el narrador no ha recibido dinero, muestra un puñado de monedas para demostrar que han cobrado. Esto cambia la actitud de la mayoría de los hombres, que ahora se apresuran a formar filas y esperar la llegada del Alto Mando.

Finalmente, llegan los alabarderos, seguidos de caballeros armados y toda la infantería con mosquetes cargados. El general don Álvaro se adelanta y comienza a hablar a los soldados, pidiéndoles que den su sangre en socorro de los reinos cristianos. Algunos soldados responden que sí, pero exigen que se les pague. Don Álvaro les asegura que todos recibirán su parte y explica que los pagos se han retrasado debido a los problemas con los turcos en el mar. Convence a los soldados de la importancia de la misión y su discurso despierta un fervor guerrero en la tropa.

Aprovechando este ánimo, don Jerónimo da la señal para arrestar al cabecilla del motín, Meazza, y a sus seguidores. Los soldados cambian su actitud hacia los amotinados y se unen al grito de guerra. Al día siguiente llegan las galeras de Sicilia y la tropa se embarca en ellas. El narrador viaja en el barco del príncipe Doria, orgulloso de compartir viaje con los generales y la alta oficialía.

Mientras navegan, el narrador contempla el mar nocturno y se deja cautivar por la inmensidad y la atracción de la guerra.

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En este capítulo, el protagonista narra su travesía en el mar y su llegada a Nápoles y Messina. Después de dos días de navegación, el protagonista se siente cansado debido al mar azul y el cielo claro. A medida que se acercan a la costa, pueden ver las montañas, la tierra y las ciudades de Italia. Sin embargo, el clima empeora y comienza a llover y hacer frío. A pesar de las difíciles condiciones, la tripulación se mantiene firme.

En Nápoles, se unen a la flota napolitana y a la infantería del Tercio Viejo, sumando nueve galeras y dos mil soldados españoles veteranos. Luego, llegan a Messina, donde se encuentran con el resto de la armada. La flota está compuesta por más de cien navíos, incluyendo la galera real, las galeras venecianas, las galeras de Nápoles y Sicilia, entre otras. La vista de tantos barcos con sus velas desplegadas es impresionante.

La tripulación desembarca en Messina y se instala en un campamento en las laderas de una montaña. A pesar de las condiciones incómodas, todos están entusiasmados por participar en la batalla contra los moros. El protagonista recuerda que su padre solía venir a Messina durante sus años de soldado. El duque de Medinaceli llega a Messina como el capitán general de la empresa y se prepara para el desfile que se llevará a cabo el día de San Miguel Arcángel.

Sin embargo, surgen problemas con las provisiones de comida, que han estado almacenadas durante todo el verano y están en mal estado. A pesar de esto, deciden llevar a cabo el desfile para animar a los soldados. El protagonista es llamado por don Jerónimo y se le asigna el papel de tambor general, ya que el tambor original está enfermo. A pesar de la enfermedad que afecta a muchos soldados, el desfile se lleva a cabo con éxito y el protagonista toca la caja detrás del estandarte de don Álvaro de Sande.

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En este capítulo, el narrador cuenta cómo, debido a la enfermedad del tambor general, él asume su puesto y disfruta de los beneficios y distinciones que conlleva. Se relaciona con otros caballeros veteranos y oficiales, y se divierte en las tabernas de Messina. En una de estas tabernas, descubre un gran mesón llamado "el Saladero", donde se concentran soldados y se bebe vino de Messina. También relata sus visitas a un antiguo palacio ruinoso, propiedad de un viejo corsario llamado Polo Ropetón, donde se deleita con la comida y la música, rodeado de mujeres hermosas. Sin embargo, a veces no pueden acceder al palacio y deben conformarse con las aceitunas amargas y las bolas de harina del Saladero. Un día, se anuncia la llegada de las mujeres de Calabria al puerto y la soldadesca se alborota. El narrador se une a la multitud y se entera de que estas mujeres vienen a negociar y a ofrecer comida y otros productos. También descubre que algunos soldados aprovechan la oportunidad para tener relaciones con ellas. En una de estas ocasiones, una mujer lo reconoce y lo busca desesperadamente. Ella afirma que es hijo de su padre, un caballero español que murió en Bugía. Sin embargo, el narrador es llevado lejos por sus compañeros, quienes le dicen que la mujer solo está tratando de engañarlo para obtener dinero. Aunque confundido, el narrador decide no darle importancia a la situación y seguir adelante.

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En este capítulo, Monroy se encuentra en el campamento realizando ensayos con sus compañeros cuando un guardia de puerta le informa que hay una mujer con tres niños que lo está buscando. Monroy se acerca y encuentra a la mujer, quien le suplica ayuda y afirma que dos de los niños son hijos de su padre. Aunque al principio duda de la veracidad de la historia, Monroy se da cuenta de que los niños se parecen mucho a él y decide investigar más. Junto a don Jerónimo, se dirige a la cuarta bandera de Nápoles para preguntar a los soldados que conocieron a su padre. Allí, varios oficiales confirman que Monroy se parece mucho a su padre y le cuentan historias sobre él. Sin embargo, no pueden confirmar si la mujer era amante de su padre. Uno de los sargentos sugiere que hable con el sargento mayor Alonso de Escobar, quien era íntimo de su padre. Monroy y don Jerónimo se dirigen a la sexta bandera, donde encuentran a Escobar sentado bajo un nogal. Escobar confirma que la mujer era amante de su padre, pero le aconseja que no se preocupe por los pecados de su padre. Finalmente, Monroy se encuentra con la mujer nuevamente y Escobar le da dinero antes de despedirse. Monroy se siente conmovido por la situación de la mujer y decide ayudarla. El capítulo termina con Monroy abrazando al hijo mayor de la mujer y prometiéndole que se ocupará de ellos si regresa.

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En este capítulo, la flota parte del puerto de Messina en el día de Todos los Santos. Los hombres están desencantados y sin entusiasmo debido a los retrasos en el pago y la mala calidad de los alimentos. Algunas compañías de bandidos sicilianos se sublevan y se dirigen a asaltar pueblos y ciudades. Una galera se escapa y más de trescientos hombres se pierden en Calabria. Además, hay deserciones y epidemias, lo que resulta en un buen número de bajas en la armada. A pesar de todo esto, la flota zarpa hacia Malta.

Durante la travesía, se enfrentan a un fuerte temporal, pero finalmente llegan a Malta, donde son recibidos con salvas de bienvenida por los caballeros de la Orden de San Juan. La isla de Malta es admirada por su historia y por ser un enclave estratégico en la lucha contra los turcos.

En Malta, el narrador conoce más sobre la Orden de San Juan y su historia. Los caballeros tienen una iglesia donde realizan cultos con gran solemnidad y reverencia. También se destaca la organización y la memoria de los caballeros sobre sus gestas pasadas. El narrador hace amistad con un caballero llamado Alonso Golfín, quien le muestra el convento y le cuenta sobre la orden.

El capítulo termina con el encuentro entre don Jerónimo y su primo Alonso Golfín, donde intercambian noticias y cartas de sus familias. Don Jerónimo elogia la valía y nobleza de su primo, quien se unió a la Orden de San Juan a una edad temprana y se prepara para su primera guerra.

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En este capítulo, los Caballeros de San Juan se enfrentan a fuertes vientos y mal tiempo desde su llegada a la isla de Malta en 1530. Debido a la demora en la llegada de las galeras que se habían vuelto a Siracusa, el duque de Medinaceli decide que las naves que están en Malta se hagan a la mar para dar batalla mientras llegan el resto de las escuadras. La flota zarpa con un viento favorable y se sitúa en cabeza la Capitana, seguida de la Almiranta y las naves pontificias. El narrador, tambor mayor, viaja en la Capitana junto con don Álvaro de Sande y otros soldados. Llegan al fondeadero del Seco del Palo, donde no encuentran presencia enemiga. Continúan navegando y llegan al brazo de mar de Alcántara, donde avistan una nave turca abandonada. Después, aparecen dos bajeles turcos que escapan antes de que la flota pueda capturarlos. Los generales se reúnen para decidir qué hacer a partir de ese momento y se acuerda hacer leña con la nave abandonada y continuar explorando el canal en busca de otros barcos enemigos. Encuentran otra nave abandonada y se supone que los turcos se han fugado por tierra.

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En este capítulo, la escuadra llega a un fondeadero llamado la Roqueta para abastecerse de agua. Don Álvaro de Sande decide armar una expedición para ir a buscar agua a la isla de los Gelves. Desembarcan en la playa y se dirigen hacia los pozos, atravesando un palmeral y un pueblo abandonado. Al llegar al pueblo, son recibidos por ancianos montados en jumentos que les dan la bienvenida. Don Álvaro les pregunta si han visto turcos, pero ellos niegan haberlos visto. Desconfiado, don Álvaro saca su espada y los amenaza, pero siguen negando. Finalmente, los ancianos los guían hacia los pozos y llenan los odres de agua. Mientras tanto, un capitán va al pueblo a buscar provisiones, pero solo encuentra dátiles, higos secos y poco grano. Los soldados comen su ración y de repente se escucha un grito desgarrador. Se desata el caos y se inicia una batalla contra los turcos. Los soldados luchan valientemente, pero don Álvaro resulta herido. Finalmente, logran vencer a los turcos y capturan a algunos prisioneros. Los soldados maltratan a los prisioneros y a los ancianos árabes, y queman sus casas. Luego, regresan al fondeadero y se realiza un funeral en el mar para los caídos. La tripulación zarpa al atardecer y se escucha el murmullo de la celebración en los barcos italianos. El narrador, agitado por las escenas de horror, no puede conciliar el sueño.

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En este capítulo, la flota pone rumbo a Trípoli con la esperanza de llegar antes que Dragut y conquistar la plaza sin dificultad. Sin embargo, se encuentran con un tiempo pésimo, con vientos contrarios y una fuerte tempestad. Las escuadras se dispersan y algunas galeras se estrellan contra las rocas de la costa. Después de quince días de contratiempos, deciden no ir a Trípoli y regresar a la isla de los Gelves.

En la isla, se enfrentan a otro contratiempo: una enfermedad y pestilencia grave causada por la mala alimentación y el agua contaminada. Muchos hombres caen enfermos y mueren, arrojando sus cuerpos al mar. Ante tantas dificultades, el duque de Medinaceli convoca a los oficiales para decidir qué hacer. Aunque algunos sugieren abandonar la empresa, la mayoría decide seguir adelante.

Finalmente, deciden desembarcar en la isla de los Gelves, donde mejoran las condiciones climáticas. Sin embargo, un fuerte temporal les impide desembarcar durante cinco días. A bordo, la tripulación sufre el frío y la humedad, y muchos hombres caen enfermos.

En una noche de tormenta, Alonso Golfín y el narrador conversan sobre la importancia de la oración. Golfín cuenta cómo sus rezos le permitieron convertirse en Caballero de San Juan. A pesar de las diferencias de opinión, deciden rezar y descansar, esperando poder desembarcar al día siguiente.

El narrador se queda dormido y sueña con su padre, quien le dice que está en el Purgatorio y que hay muchos hijos allí. Al despertar, se encuentra rodeado de don Jerónimo, Gume y Golfín, quienes comentan que ha estado delirando debido a las fiebres. El médico sugiere darle un caldo caliente y friegas con vinagre de ajenjo.

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En este capítulo, la flota se acerca a tierra en el punto conocido como la Goleta. A pesar de que el viento es contrario, no sopla tan fuerte como en días anteriores. El narrador, ya recuperado de la fiebre, se siente débil y apenas puede cargar con su caja. La galera se acerca a la fortaleza y se ve un torreón de piedra rojiza con murallas amarillentas. De repente, el castillo dispara un cañonazo y comienza un intenso fuego de culebrinas y cañones. A pesar del fuego enemigo, las tropas continúan desembarcando. Luego, se avista una gran masa de hombres que se acercan a la orilla desde todas partes. Los moros atacan a los soldados en la playa y muchos mueren o se rinden. Don Álvaro y el duque deciden dar batalla y las galeras se acercan a tierra. Los moros huyen al ver la determinación de la armada. Después del desembarco, se reparte munición y se divide el ejército en tres partes. Se acampa en los llanos y se sitia el castillo. Durante la noche, se produce un revuelo por la llegada de un cristiano huido de los moros. Al amanecer, el ejército se pone en marcha y se adentra en la isla. Encuentran terrenos pantanosos que dificultan la marcha. Finalmente, acampan alrededor de los manantiales y se escucha el tableteo de los moros durante la noche. El narrador tiene pesadillas y sueña con ser llevado como cautivo ante su abuelo don Álvaro.

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En este capítulo, el protagonista narra cómo es despertado por don Jerónimo para formar en el campo. Al abrir los ojos, se da cuenta de que está en la isla africana y se siente lleno de energía. Los capellanes llaman a la oración y los soldados se arrodillan para confesarse y comulgar. Después, el ejército se pone en marcha hacia un pueblo importante de la isla, donde se encuentran los moros que esperan para la batalla. A pesar de la impaciencia de los oficiales, el general don Álvaro de Sande decide esperar a que los moros tomen la iniciativa. Finalmente, los moros hacen un alarde y los hombres de Quirico Spínola se lanzan al ataque sin orden. Los moros los rodean y causan muchas bajas. El ejército cristiano avanza y dispara contra los moros, que huyen. Luego, los moros envían un emisario para hacer pactos de paz. Aunque los soldados están furiosos por no poder luchar, se calman cuando ven que los moros entregan a los turcos que luchaban con ellos y los degüellan. La gente cristiana celebra esta venganza y el protagonista se siente desconcertado por tanta muerte.

libro VI

En este capítulo, se narra cómo los moros isleños solicitaron la paz al ejército cristiano y se sometieron a la autoridad del rey Felipe de España. Además, se relata cómo el tercio de don Álvaro de Sande logró tomar el control del castillo de los Gelves. Por último, se describen las numerosas dificultades y penurias que sufrieron los soldados cristianos que fueron asediados por los turcos que llegaron por mar.

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En este capítulo, los moros isleños deciden someterse después de haber asesinado a algunos turcos aliados con ellos. Sin embargo, se descubre que Dragut se ha ido con su gente, asegurándose un futuro en caso de que cambien las circunstancias y tengan que volver a estar bajo el dominio turco. A pesar de conocer su falta de lealtad, al duque le interesa tenerlos de su lado para controlar la isla y convertirla en un presidio de España. Además, la isla es estratégica para quien quiera dominar África.

El duque otorga cartas de vasallaje al jeque mahámido y se establecen las condiciones de sumisión y el compromiso de no maltratar a los habitantes de la isla. También se acuerda que los cristianos tomen posesión del castillo que da al mar, donde resisten algunos turcos. Sin embargo, los moros de dentro del castillo arrojan a los turcos desde las almenas antes de que las tropas cristianas tengan que luchar.

A pesar de esto, los soldados cristianos están descontentos porque no han obtenido botín en la isla. Los heraldos proclaman un bando en el que se ordena a los soldados que no perjudiquen a los moros y que los traten como hermanos y soldados del rey Felipe. Al escuchar esto, los soldados se enfurecen y lamentan la muerte de los hombres de Quirico Spínola a manos de los moros.

A pesar del descontento de los soldados, el duque y el consejo están decididos a evitar que cometan tropelías. Se ahorca a unos soldados que intentaron saquear un caserío y violar a algunas mujeres. La impotencia de los soldados por no poder vengarse y obtener botín lleva a un soldado llamado Ordóñez a suicidarse.

Después de tomar posesión del castillo, los altos mandos comienzan a fortificarlo y a construir una gran muralla alrededor. Los jefes moros acuden a rendir pleitesía al duque y a someterse al rey de España. Llegan con provisiones que son muy necesarias para los soldados, especialmente para los enfermos.

A medida que avanza la primavera, las obras de fortificación del castillo están casi terminadas y los soldados comienzan a aburrirse. El duque decide hacer una recepción de cortesía a los jefes moros y me pide que toque el laúd durante la fiesta. La recepción se lleva a cabo con gran pompa y los soldados deben vitorear a los moros, aunque no están contentos con ello.

Los jefes moros llegan en un gran cortejo, incluyendo al jeque mahámido y al rey caravano. Los soldados se burlan del rey caravano por su apariencia pequeña y regordeta, lo que causa risas entre ellos. Después de la recepción, los jefes moros entran en la tienda del duque para el banquete, mientras que los acompañantes de menor rango se quedan fuera.

Después de que los músicos tocan, me llaman para tocar el laúd. El sultán caravano queda encantado con mi música y quiere llevarme a su palacio, pero el duque le dice que soy libre de ir donde quiera. Me retiro algo turbado por la situación.

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En este capítulo, llegan dos veleros desde Malta para avisar de que una armada turca se dirige hacia ellos. El gran maestre de la Orden ordena a sus galeras y tropas regresar a la isla para protegerla. Esto causa revuelo en el ejército, ya que las opiniones sobre qué hacer están divididas. Mientras tanto, los isleños y los del rey caravano entran en pánico y abandonan el lugar rápidamente. Los soldados españoles se enfurecen y rodean a los moros para vengarse. Sin embargo, el duque interviene y logra detener la matanza. Los moros hacen nuevas promesas de alianza y se arrepienten de su cambio de parecer. Durante tres días, hay desorden en la armada y la mayoría de las naciones deciden regresar a sus puertos. Solo don Álvaro de Sande y sus capitanes deciden quedarse. El duque decide dejar a dos mil hombres en el fuerte y el resto regresa a sus puertos. Esta decisión enfurece a don Álvaro, quien convoca una junta militar para discutir las decisiones tomadas. Al final, se decide que la empresa será voluntaria y cada uno puede decidir si quedarse o embarcarse. Don Álvaro y don Jerónimo deciden quedarse, y muchos soldados se unen a ellos. Gume también decide quedarse y anima a los demás a hacer lo mismo.

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En este capítulo, se recibe la noticia de que la armada turca ha llegado a la isla de Gozo y ha causado pánico entre los soldados cristianos. Muchos de ellos abandonan sus tareas y se apresuran a embarcar en las galeras para huir. Sin embargo, el general don Álvaro de Sande decide quedarse con su gente y enfrentar al enemigo. El duque intenta convencerlo de lo contrario, pero don Álvaro se mantiene firme en su decisión. Mientras tanto, llegan heraldos anunciando la llegada de la flota turca. Se toca la llamada al arma y los soldados se preparan para la batalla. Muchos soldados ya se han embarcado, dejando solo a unos pocos en la isla. Se ordena a todos dirigirse al castillo para defenderse. La armada turca comienza a atacar y se desata un feroz combate naval. A pesar de la superioridad del enemigo, algunas naves cristianas logran escapar. Sin embargo, las galeras de Sicilia son alcanzadas y muchos hombres mueren ahogados o son asesinados por los moros aliados de los turcos. Don Álvaro envía refuerzos para rescatar a los supervivientes. La noche cae y se observa el desolador panorama de las galeras enemigas ardiendo en el mar. Los soldados rezan y esperan el amanecer para saber el resultado de la batalla. Finalmente, se confirma que el duque y los generales han logrado escapar. Los soldados se alegran y esperan que regresen pronto con refuerzos para vencer a los turcos.

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En este capítulo, se narra el mes de asedio que sufrieron en el castillo, donde las esperanzas de resistir se iban desvaneciendo a medida que el calor aumentaba. La pandemia y los ataques del enemigo causaban más bajas que los combates. Además, la falta de alimentos y agua era cada vez más preocupante. A pesar de esto, la esperanza se mantenía en que el enemigo también se quedara sin provisiones y decidiera retirarse. Sin embargo, a principios de julio, el general turco Piali Bajá llegó con refuerzos y suministros, lo que complicó aún más la situación. La vida en el castillo se volvió extremadamente difícil debido a las raciones mínimas, el calor sofocante y la sed insoportable. A pesar de todo, el general Sande se negó a rendirse y decidió enfrentarse al ejército enemigo. Se organizó una salida con caballeros y soldados de infantería, logrando embestir al enemigo y causarles bajas. Sin embargo, una torre de asedio se acercó peligrosamente al castillo, lo que obligó a una defensa desesperada. A pesar de los esfuerzos, los caballeros tuvieron que retirarse y regresar al castillo. Aunque se logró repeler el ataque, la situación seguía siendo difícil debido a la falta de agua y la superioridad numérica del enemigo. Los capitanes se preguntaban qué sucedería al día siguiente y dejaban todo en manos de la voluntad divina.

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En este capítulo, el narrador relata el largo asedio que sufrieron en el castillo de los Gelves durante ochenta y un días. El ejército turco los rodeó por mar y tierra, lanzando constantes ataques con artillería. A pesar de las adversidades, el general Sande se negó a rendirse y tomó medidas para sobrevivir, como racionar el agua y sacrificar los animales para obtener carne y sangre. La escasez de alimentos llevó a situaciones extremas, como la venta de una gallina a un precio exorbitante y el descubrimiento de que el guiso que se cocinaba era carne humana. La sed se convirtió en un problema aún más grave que el hambre, y se intentaron diferentes soluciones, como destilar agua salada y cavar pozos, pero ninguna fue suficiente. La desesperación llevó a algunos hombres a delirar y a otros a traicionar y unirse al enemigo. La noche en que ocurrió esto fue la más triste en el castillo, y los hombres estaban desalentados y sin fuerzas. A pesar de todo, el capitán don Jerónimo intentaba mantener el ánimo de la tropa, y el narrador, Monroy, tocaba su laúd y cantaba para consolarlos.

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En este capítulo, el autor narra el momento en que el ejército cristiano se enfrenta a un ataque masivo de los turcos. A pesar de la deserción de más de mil hombres que se pasaron al bando enemigo, los soldados se preparan para la defensa. Don Álvaro de Sande, el líder del ejército, anima a sus hombres a resistir y luchar con valentía. Comienza el ataque con una gran cantidad de balas, cañoneo y flechas por parte de los turcos. A pesar de la feroz defensa de los cristianos, los turcos continúan avanzando y empujando a sus tropas. Durante la batalla, varios caballeros cristianos mueren, incluido Alonso Golfín, quien cae herido de un flechazo en el pecho. El capitán Jerónimo también resulta herido y muere poco después. A medida que avanza la batalla, los turcos amenazan a los cristianos con rendirse y les muestran los alimentos y agua que tienen fuera del castillo. Sin embargo, don Álvaro se niega a rendirse y anima a sus hombres a seguir luchando. A medida que la situación se vuelve más desesperada, algunos soldados comienzan a considerar la rendición. Finalmente, don Álvaro decide hacer una salida nocturna para sorprender al enemigo y matar a los líderes turcos. A pesar de la valentía de los soldados, la mayoría de ellos huyen y abandonan a don Álvaro y a unos pocos hombres. El autor, que se encuentra entre los que huyen, se esconde en la vegetación y se recupera de sus heridas. Aunque está lejos de su ejército, todavía tiene la esperanza de encontrar refugio con ellos en el futuro.

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En este capítulo, el protagonista narra su experiencia de estar escondido en los matorrales durante una noche entera, sintiendo una sed insoportable. A pesar de las heridas y las moscas que lo rodeaban, no podía moverse para no ser descubierto por los hombres que pasaban con antorchas. En un momento de agotamiento, cae en un sueño profundo lleno de pesadillas y se despierta con la terrible realidad. Desesperado por la sed, intenta calmarla masticando hierbas, pero solo aumenta su necesidad de beber. Recuerda historias de soldados que pasaron por situaciones similares y se da cuenta de que debe hacer algo para salvar su vida. Decide camuflarse con ropas de moros y dirigirse a los pozos, pero debe tener cuidado de no ser visto. Llega al palmeral donde se encuentran los pozos y se siente seguro entre la multitud de turcos, árabes y negros. Bebe agua de un canalillo y se recuesta a descansar, observando a los sarracenos. Luego, decide alejarse del agua y dirigirse hacia el interior de la isla para esperar a que caiga la noche y regresar a las fortificaciones. Sin embargo, es descubierto por unos niños sarracenos y es perseguido por ellos y por los moros del campamento cercano. Finalmente, es capturado y llevado ante los jefes turcos. Uno de ellos, un turco alto y fuerte, le pregunta si es un espía y él niega. Le preguntan qué hacía lejos del castillo y él responde que huyó cuando vio que perdían la batalla. Luego, es llevado junto con don Bernardino Mendoza, quien también fue capturado, al interior de la empalizada donde se encuentran otros soldados cristianos. Allí, se entera de que el general Sande fue capturado y llevado a la galera Capitana de los turcos. También se entera de que la mayoría de los soldados cristianos fueron degollados por los turcos después de rendirse. Los turcos solo perdonaron a aquellos que pueden pagar un rescate. El capítulo termina con el protagonista preguntándose por qué entregaron el castillo y don Bernardino explicándole que no había agua y la defensa era débil.

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En este capítulo, el narrador relata las terribles escenas que presenció después de ser capturado por los turcos. Los soldados cristianos eran sometidos a todo tipo de tormentos y muertes atroces. Los turcos construyeron una torre con los cuerpos de los soldados cristianos muertos como advertencia para futuros invasores. Entre los turcos había jenízaros y corsarios que hablaban perfectamente el idioma del narrador. Uno de ellos, Dromux Arráez, era un jenízaro valenciano y capitán de uno de los navíos turcos. Los españoles que servían bajo su mando eran tan crueles como los turcos. Un día, un capitán veterano llamado Cardona les pidió compasión, pero Dromux se enfureció y lo golpeó brutalmente. Los sarracenos tardaron ocho días en construir la torre y luego celebraron una gran fiesta. Los cautivos se prepararon para su inminente muerte, pero antes recibieron comida y agua. A pesar de los funestos augurios, algunos cautivos creían que serían rescatados en lugar de ser asesinados. El narrador reflexiona sobre su vida y su destino mientras se queda dormido. Tiene un sueño en el que defiende un castillo construido con cadáveres de gusanos asediados por una legión de gusanos enemigos. A pesar de sus esfuerzos, se da cuenta de que no podrán resistir y pide abandonar el castillo hecho de muertos.

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En este capítulo, el protagonista es despertado por los carceleros en el fuerte donde están cautivos. Les informan que hoy llegará el jefe, Piali Bajá, y deben estar presentables para recibirlo. Los prisioneros son llevados a la orilla del mar para lavarse, ya que llevan mucho tiempo sin contacto con el agua. Después de limpiarse, regresan al fuerte donde encuentran ropa saqueada de las galeras y campamentos. Cada uno se viste según su rango militar, aunque todos están tristes y sin armas. Don Bernardino Mendoza comenta que los turcos disfrutan viéndolos morir engalanados. El protagonista se viste con ropa de tambor mayor. Luego, son llevados a recibir a Piali Bajá, quien llega en una gran nave rodeado de su guardia. El visir es recibido con salvas de cañón y se realiza un sangriento espectáculo donde degüellan a doce prisioneros. Después, presentan a don Álvaro de Sande, quien se niega a inclinarse ante el visir y es insultado por los turcos. Sande es llevado a las galeras para ser llevado a Constantinopla como trofeo. Los prisioneros son repartidos entre los gobernadores y jefes aliados con los turcos. El protagonista se ofrece como músico y toca el laúd para evitar ser asesinado. Sin embargo, el rey caravano muestra interés en él, pero el Dromux Arráez, el apóstata jenízaro, lo reclama como suyo y lo lleva a su galera. Mientras tanto, los demás prisioneros son distribuidos y las naves turcas parten del fondeadero.

TRISTE FINAL DE ESTA HISTORIA

En este capítulo, el protagonista narra cómo la flota turca se hace a la vela hacia el puerto de Trípoli. La galera de Dragut va delante, seguida de la nave Almiranta turquesa. A bordo de esta última nave se encuentra don Álvaro de Sande, llevado en un jaulón de madera. El protagonista se encuentra en el bajel de Dromux Arráez, con las manos atadas y el cuerpo sujeto a unos palos. A medida que se alejan de la costa, el protagonista reflexiona sobre su destino y su vida como cautivo. Cuando la flota llega cerca de Trípoli, se cañonea desde las naves para dar aviso y se ven los fuegos y escuchan los sonidos de la fiesta en la ciudad. Los turcos a bordo de los barcos deciden divertirse asando carne y pescado, bebiendo vino y cantando. Dromux Arráez ordena que el protagonista toque y cante para animar la fiesta. Después de complacer a los turcos, el protagonista es atado nuevamente y pasa la noche pensando en su situación y en la libertad.

Nota histórica

En este capítulo, se narra el final del reinado de Carlos V y cómo sus dos grandes objetivos, la unidad cultural y religiosa de Europa y la lucha contra los infieles, fracasaron. A pesar de ser un inteligente estratega, Carlos V fue un pésimo administrador y todas las campañas militares agotaron los recursos financieros del Imperio. Castilla sufrió grandes hambres y pérdida de hombres debido a las constantes guerras. A pesar de algunas victorias, como la de Mühlberg, los protestantes continuaron luchando y se produjeron fracasos estrepitosos, como el cerco de Metz. Además, Carlos V no logró mantener a la Cristiandad unida contra el Imperio otomano, liderado por Solimán el Magnífico. Los enfrentamientos en el Mediterráneo fueron intensos y las costas de Andalucía, Cataluña y Valencia sufrieron los ataques de los corsarios. A pesar de algunos éxitos navales, como la conquista de Túnez, la expedición a Argel resultó desastrosa. Envejecido y enfermo, Carlos V vio la imposibilidad de realizar su idea europea y su prestigio comenzó a declinar. La Dieta de Augsburgo en 1555 estableció una paz religiosa que reconocía oficialmente la confesión luterana en Alemania. Carlos V quedó abatido y atormentado por el fracaso de su proyecto de Sacro Imperio.

La España del siglo XVI

En este capítulo, se destaca la situación de España durante el reinado de Carlos V. A pesar de ser el baluarte más firme de su ambiciosa política, España se encontraba despoblada y empobrecida en comparación con otros territorios del rey. Solo había unas pocas ciudades importantes, siendo Sevilla la más opulenta con 108,000 habitantes. Fuera de las zonas ricas en cultivos como Valencia, Murcia, Granada y el Guadalquivir, el resto de España era escasamente cultivada. Aunque existían antiguos núcleos urbanos con una rica historia, en general, España era un desierto silencioso con pequeñas poblaciones donde destacaba el arte y la tradición.

Esta peculiaridad dio lugar a una estructura social que prevaleció durante casi dos siglos. Los grandes señores ya no tenían poder por sí mismos, sino que lo recibían del rey. En esta época, el poder de la Corona no era cuestionado y los nobles seguían a la Corte para estar cerca del monarca, donde residía la preeminencia social. Los castillos, que antes eran símbolos de poder de las grandes casas nobles, quedaron abandonados y las villas amuralladas fueron olvidadas, habitadas solo por hidalgos y el pueblo llano.

Los grandes señores acumulaban inmensas posesiones y riquezas, pero las administraban de manera deficiente. Vivían en enormes residencias donde mantenían a un pueblo ocioso de parientes, damas, dueñas, gentilhombres, escuderos y pajes. A pesar de las apariencias y el séquito de súbditos y sirvientes que acompañaban a la alta nobleza, sufrían la misma penuria económica que caracterizaba a España en el siglo XVI, desde el rey hasta el último hidalgo. Los caballeros ocupaban los cargos más altos en la Iglesia y la milicia, y los hidalgos eran reclutados en conventos, monasterios, catedrales y en el grueso de los soldados principales del tercio. Tener un apellido cristiano de varias generaciones atrás otorgaba cierta preeminencia. Incluso los estamentos populares, como los labradores y pastores, buscaban aparentar ser hidalgos. El clero, los hidalgos y el pueblo de España, tanto en la península como en las colonias, proporcionaban la sangre y el oro necesarios para llevar adelante los altos ideales del emperador y su hijo.

Es destacable la adhesión popular en el siglo XVI a la política imperial que afectaba a los españoles, imponiéndoles un gasto continuo del cual apenas obtenían beneficios. El pueblo español se consideraba un instrumento de la Providencia para contener el protestantismo y el islam, así como un gran misionero llamado a llevar la fe a las Indias Occidentales. El rey era el líder designado por Dios para esta importante misión. Por lo tanto, servir al emperador en cualquier empresa era motivo de gran orgullo y suficiente razón para soportar cualquier sacrificio, ya sea viajes, guerras, cautiverios o incluso la muerte. Este sentimiento hispano se amplificaba enormemente por el inmenso orgullo que suponía para un español tener la posibilidad real de actuar en territorios como Nápoles, Milán, Sicilia, Cerdeña, Países Bajos, el Rin, el norte de África, las islas de los mares de Oriente y las Indias Occidentales.

El linaje de los Monroy y el señorío de Belvís

En este capítulo, se destaca la importancia de la poderosa familia Monroy en Extremadura desde el siglo XV. Aunque se sabe poco sobre su origen, se mencionan a Alfonso de Monroy, conocido como el Clavero, su hermano Hernán de Monroy, apodado el Gigante, y su primo Bezudo. Los Monroy se involucraron en numerosas contiendas por los señoríos familiares, tanto internas como con otras familias poderosas de la época, como los Álvarez de Toledo de Oropesa y los Gómez de Cáceres y Solís. A pesar de estas luchas, el linaje de los Monroy fue extenso e influyente, con miembros ocupando importantes cargos en el ejército, la política y el clero durante el siglo XVI. Por ejemplo, el padre de Hernán Cortés era de este linaje. Además, muchos miembros del linaje se establecieron en Extremadura a través de matrimonios con damas nobles, ingreso en el clero o servicios militares. Se menciona a don Francisco de Monroy y Zúñiga, séptimo señor de Belvís, quien fundó el convento de San Francisco del Berrocal y nombró a su hija Beatriz de Monroy y Ayala como heredera. Beatriz se casó con don Fernán Álvarez de Toledo, tercer conde de Oropesa, y la unión de los señoríos de Belvís y Almaraz con los condados de Deleitosa y Oropesa alcanzó su máxima extensión y poder. Sin embargo, el castillo de Belvís quedó sin señores y comenzó a ser abandonado. Belvís de Monroy, ubicado en la provincia de Cáceres, se describe como un lugar encantador con un paisaje mediterráneo, encinas, retamas y canchales graníticos que le dan una belleza extraordinaria.

Jerez de los Caballeros

En este capítulo, se describe la ciudad de Jerez de los Caballeros, ubicada en el extremo suroccidental de la baja Extremadura. La ciudad se encuentra en un terreno accidentado y agreste, con vistas a Andalucía. Está rodeada de densos encinares, dehesas y monte bajo, características del bosque mediterráneo. La ciudad se encuentra en dos colinas y está compuesta por murallas, fortificaciones, iglesias y torres, lo que le da un aspecto único.

Jerez de los Caballeros fue la sede del poderoso Bayliato de los Caballeros Templarios hasta la disolución de la Orden del Temple en 1312. Luego pasó a formar parte de la Orden de Santiago y, como cabeza de partido, recibió el título de "muy noble y muy leal ciudad" de Carlos V en 1525. A partir de entonces, la ciudad experimentó un período de prosperidad económica y social, convirtiéndose en uno de los centros más destacados de la región.

Durante todo el siglo XVI, se desarrolló un núcleo urbano peculiar en Jerez de los Caballeros, que ha perdurado hasta hoy. La ciudad cuenta con destacadas construcciones de iglesias renacentistas y barrocas, ermitas, conventos, dos hospitales y una arquitectura señorial con palacios y casas solariegas de fachadas nobles. Estas construcciones exhiben los blasones de los ilustres apellidos que constantemente proporcionaban hombres de armas a las empresas guerreras del Emperador.

Los condes de Oropesa

En este capítulo, se narra el matrimonio entre el tercer conde de Oropesa, don Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, y doña Beatriz de Monroy y Ayala, condesa de Deleitosa. Esta unión trajo consigo la unión de varios señoríos y linajes aristocráticos, lo que hizo que los condes fueran personas de confianza de los reyes españoles y tuvieran un papel destacado en la Corte.

El tercer conde llevaba una vida dividida entre sus servicios en el ejército de Carlos V y el gobierno de su extenso condado. La condesa, por su parte, ejercía una administración activa sobre sus súbditos y posesiones. Tuvieron cuatro hijos, quienes fueron educados por san Pedro de Alcántara, un amigo cercano de los condes.

En 1566, don Fernando Álvarez de Toledo regresó definitivamente a sus dominios cuando el emperador Carlos V abdicó y decidió retirarse de la vida política. Fue el conde quien aconsejó al monarca que eligiera la región de la Vera para su retiro. Mientras se construía el cenobio de Yuste, el emperador se hospedó en el palacio de Jarandilla, residencia de verano de los condes.

El retiro del Emperador en Yuste y su estancia previa en Jarandilla de la Vera

En este capítulo, se narra el viaje de Carlos V desde los Países Bajos hasta Jarandilla. Un año después de su abdicación, el emperador partió de Gante en la nave capitana La Berdentona, acompañado por sus hermanas y un séquito de ciento cincuenta personas. Llegó a Laredo el 28 de septiembre de 1556 y recorrió Castilla en silla de brazos y literas. El 11 de noviembre, llegó a Tornavacas y decidió atravesar la sierra de Tormantos para acortar el camino. Al contemplar el paisaje desde el Puerto de las Yeguas, Carlos V comentó que no pasaría otro puerto en su vida sino el de la muerte. El mayordomo del emperador, Don Luis Méndez Quijada, describió el camino como el peor que había caminado y los lugareños tuvieron que transportar a Carlos V en sus hombros. Finalmente, llegó a Jarandilla el 12 de noviembre y permaneció allí hasta el 3 de febrero de 1557. Durante su estancia, el clima fue desapacible y se quejaron de la humedad. Se cambiaron los aposentos y se construyó una chimenea. El secretario del emperador, Martín de Gaztelú, describió el nuevo aposento como agradable y con una vista de huertas y verdura. También se menciona que el libro "El ocaso del Emperador" describe detalladamente la estancia de Carlos V en Jarandilla y Yuste, incluyendo su voracidad en los banquetes. Además, se menciona que el emperador tenía la costumbre de comer en exceso y beber en grandes cantidades. A pesar de su menguada corte, Carlos V fue visitado por importantes personajes de la época en Jarandilla.

La educación de un futuro caballero en el siglo XVI

En este capítulo, se describe la vida de los futuros caballeros y militares durante el siglo XVI. Se destaca que el espíritu caballeresco y militar sigue siendo fundamental en la sociedad de la época. Los futuros caballeros nacen en familias con tradición caballeresca y suelen ser nobles rurales que pasan la mayor parte del tiempo en sus posesiones. Algunas familias aún viven en castillos heredados, aunque esta forma de vida feudal está en decadencia.

Durante los primeros años de su vida, los futuros caballeros son criados por las mujeres de la casa. A los siete u ocho años, son confiados a un señor y se les instruye en el arte de las armas, la equitación y la esgrima. Comienzan como pajes, aprendiendo a servir la mesa y realizando tareas domésticas. También aprenden música, canto y danza, mostrando gusto por los poemas de trovadores, los romances y los cantares de gesta.

En la adolescencia, los jóvenes ascienden en la jerarquía del castillo o casa señorial y se convierten en escuderos. Durante este periodo, perfeccionan el arte de la montura y se les enseña a manejar todas las armas. Aprenden buenos modales y se inician en aspectos más sutiles de la vida cortesana, como trinchar la carne, servir a su señor en la mesa, cazar, participar en banquetes, cantar y bailar. Algunos también aprenden a leer y desarrollan interés por la música y la literatura, incluyendo libros de instrucción militar, tratados de caza, crónicas de los reinos y libros de caballería. La vida palaciega les permite familiarizarse con los ceremoniales de la corte y adquirir lujosos ropajes, armas y armaduras.

Cuando llegan a la edad apropiada, los jóvenes se unen a la hueste de su señor, a una orden militar o a los tercios como soldados principales. De entre ellos se selecciona a la alta oficialía del ejército.

La lírica renacentista

En este capítulo, se destaca el triunfo del Renacimiento en España durante el siglo XVI. Durante este periodo, la poesía fue uno de los géneros literarios más cultivados, y se renovó gracias a la influencia de los italianos. Aunque la nueva lírica renacentista no rompió con la tradición de los cancioneros castellanos del siglo XV, sí adoptó un nuevo metro, el endecasílabo, que permitía una expresión más fiel de los sentimientos del poeta y su entorno. A pesar de esto, las formas castellanas anteriores, como el soneto, la canción y el madrigal, continuaron siendo populares.

Durante este periodo, la vihuela, un antiguo instrumento de cuerda español similar a la guitarra, se convirtió en el instrumento por excelencia del Renacimiento español. La vihuela de mano, también conocida como "vigüela" en castellano antiguo y "laúd español" en Flandes, alcanzó su máximo esplendor en la península Ibérica durante el siglo XVI. Era tocada tanto en el ambiente cortesano como en las capillas musicales de reyes y nobles. La difusión de la vihuela fue enorme, tanto entre la nobleza como entre las clases populares.

Durante el siglo XVI, hubo grandes compositores y vihuelistas en España. Se conservan siete libros de vihuela, impresos entre 1530 y 1576, que contenían piezas y datos importantes. Algunos de los compositores más destacados fueron Luis de Narváez, Alonso de Mudarra, Enrique Enríquez de Valderrábanos, Juan Bermudo, Diego Pisador, Miguel de Fuenllana y Esteban Daza. Estos libros eran considerados un tesoro para los vihuelistas y un regalo preciado de los señores para quienes tocaban.

Además, durante este periodo se dignificó la cultura popular y muchas canciones transmitidas por tradición oral pasaron a formar parte de los cancioneros y libros de música para vihuela. Esto contribuyó a la difusión del instrumento entre la nobleza y las clases populares.

Por último, se menciona que era común que algunos jóvenes y doncellas se educaran en el uso de la vihuela y el canto para participar en banquetes, bailes y ejecuciones estéticas. Estos músicos, conocidos como "ministriles" en general y "atabaleros" a los que tocaban los atabales, panderos y cajas, acompañaron a Carlos V durante su vida itinerante y participaron en los momentos festivos del Emperador.

Tañer y cantar

En este capítulo, se destaca la importancia de la unión entre la vihuela y la voz en la música del siglo XVI. Se menciona a Miguel de Fuenllana, autor del libro de Orphenica Lyra, quien resalta la perfección de la vihuela debido a su similitud con la voz humana. Se menciona también a Luis de Narváez, reconocido vihuelista que era capaz de ejecutar todas las partes de una composición a cuatro voces. En la polifonía profana, era común que una sola voz mantuviera el texto mientras que las demás eran interpretadas por instrumentos.

Se mencionan las formas musicales predominantes en los cancioneros de la época, como el villancico, la canción, el romance, el madrigal, entre otros. Estos géneros eran ampliamente cultivados por la mayoría de los compositores del siglo XVI.

Las poesías y canciones presentes en la novela fueron obtenidas de diversas antologías poéticas y cancioneros de los siglos XV y XVI. Además, el autor menciona que descubrió dos discos de vihuela que se convirtieron en la "banda sonora" de la novela. Estos discos son "Claros y frescos ríos" de Nuria Rial y José Miguel Moreno, y "Valderrábano y los vihuelistas castellanos" interpretado por Alfred Fernández.

Finalmente, se menciona que en la actualidad la vihuela es un instrumento poco conocido y fabricado debido a que cayó en desuso a finales del siglo XVI, siendo reemplazada por la guitarra renacentista y luego por la guitarra española.

El laúd y la núhz

En este capítulo, se habla sobre el origen y la evolución del laúd en Al-Ándalus. La palabra "laúd" proviene del árabe al-'ûd y se refiere al instrumento que llegó a Córdoba en el año 822, traído de Bagdad por Zyriab, extendiéndose por todo Al-Ándalus. La etimología latina del nombre, testudo, nos cuenta que el laúd desciende de la antigua cítara, construida por el dios Mercurio con el caparazón de una tortuga encontrada en el Nilo.

En el siglo XIV, el Arcipreste de Hita castellanizó el nombre árabe al-'ûd como "alalud". El laúd ya tenía características propias en esa época, como se puede ver en las miniaturas de las Cantigas de Santa Marta de Alfonso X el Sabio. Durante el siglo XV, se añadió una quinta cuerda grave al laúd y, posteriormente, hacia principios del siglo XVI, una sexta cuerda.

El laúd se convirtió en el instrumento por excelencia de los moriscos españoles, quienes lo siguieron utilizando ampliamente después de la Reconquista. Muchos músicos moros y mudéjares se quedaron en Castilla, Aragón, Valencia y Andalucía, alegrando las fiestas cristianas con sus cantos e instrumentos. También existían cantores que recorrían España de fiesta en fiesta y de taberna en taberna para ganarse la vida. Esto dio lugar a repertorios singulares que, conservando el estilo morisco, se adaptaron a la sensibilidad cristiana.

El arte musical andalusí se basaba en la núba, que originalmente definía el "turno de actuación" de los artistas y luego se amplió para incluir la ornamentación y el adorno de la sesión musical en sí misma. La música andalusí era una mezcla de influencias orientales y autóctonas, dando lugar a ritmos con una marcada personalidad que variaban de un territorio a otro. Las núbas integraban ritmo y poesía en composiciones como la muaxaja y el zéjel, donde la melodía y la letra estaban íntimamente ligadas.

Cabe destacar la conexión entre la copla andaluza y la vida cotidiana, especialmente el amor, el paisaje y el mar en el caso de Málaga, Huelva o Cádiz. Además, se menciona la influencia de la música andalusí en el flamenco, la expresión musical más genuina del pueblo andaluz. Blas Infante incluso vio una relación directa entre la núba andalusí de tono melancólico y el cante jondo, que se desarrolló en el siglo XVI.

El tercio de Milán

En este capítulo, se menciona que a pesar de que las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba no eran consideradas un ejército moderno, estaban entrenadas en la lucha contra los musulmanes en Granada. Sin embargo, el Gran Capitán logró aprender de la técnica militar europea y transformó estas fuerzas en un nuevo ejército de piqueros y arcabuceros. La caballería ligera ya no era la fuerza principal en el combate.

Durante las guerras de Italia, se introdujeron reformas en el ejército español que llevaron a la creación del tercio. La primera reorganización fue en 1503, dándole predominio a la infantería. La ordenanza de 1536 reguló la organización de los primeros tercios, que estaban divididos en maestre de campo, coronelerías y compañías de piqueros y arcabuceros.

Los primeros cuatro tercios se formaron en Lombardía, Nápoles, Sicilia y Málaga. Estos tercios se nutrían de voluntarios reclutados en la región donde se formaba la unidad. Los soldados provenían de diferentes orígenes, como trabajadores del campo, artesanos, aventureros y nobles. Los hidalgos y nobles ocupaban los cargos más altos en la jerarquía militar.

El grado de capitán era el más deseado y se elegía entre los alféreces más destacados. Su función era organizar la compañía y seleccionar a los oficiales competentes para mantener la disciplina y el entrenamiento de los soldados. Además, las tropas iban acompañadas de capellanes, médicos, mariscales y carros para transportar el equipo y la impedimenta de guerra.

Para formar un tercio, se necesitaba reclutar a los hombres. Se otorgaba un despacho llamado "conducta" al oficial encargado de reclutar tropas. Los reclutas eran seleccionados y se les llamaba "guzmanes". Los principales puntos de reclutamiento eran Barcelona, Cartagena y Sevilla.

La instrucción de las tropas se llevaba a cabo en Milán, donde se encontraba el tercio de Lombardía. Además de los tercios, en Italia se formaban otras milicias y tropas particulares al servicio del Rey de España.

El tambor

En este capítulo, se describe cómo se realizaban las comunicaciones internas en el tercio mediante los toques de los tambores. El tambor general, dependiente del sargento mayor, tenía la importante tarea de transmitir las órdenes del Alto Mando al resto de los tambores a través de señales acústicas. Este cargo era de gran responsabilidad y no se asignaba a cualquiera que supiera tocar la caja. Además de conocer los toques de ordenanza, el tambor general debía saber comunicar las órdenes de combate, como "arma furiosa", "batalla soberbia", "retirada presurosa" y "retreta". También era necesario que conociera los toques de los otros ejércitos, como los franceses, alemanes, ingleses, italianos, turcos y moriscos. Para facilitar esta tarea, se contaba con la ayuda de pífanos y trompetas, evitando que las órdenes se perdieran en la confusión y el estruendo de la batalla.

Además, se menciona la vestimenta vistosa de los tambores, que solían llevar una librea con greguescos amarillos acuchillados en rojo, calzas rojas, zapatos negros y una parlota o gorra amarilla con un gran plumero rojo que resultaba muy visible.

Don Álvaro de Sande

En este capítulo, se nos presenta a Don Álvaro de Sande, un personaje español del siglo XVI. A pesar de su intensa y rica vida llena de hazañas y gestas guerreras, es sorprendente que este gran general de los ejércitos de Carlos V y Felipe II sea tan desconocido. Don Álvaro desciende de la familia Sande, originaria de Galicia y establecida en Cáceres. Aunque inicialmente destinado a la carrera eclesiástica, su vocación lo llevó por el camino de las armas. Participó en numerosas campañas militares y estuvo presente en importantes victorias del ejército imperial. Después de las campañas en Alemania, se trasladó a Italia y participó en las guerras del ducado de Parma, de Siena y del Piamonte. Finalmente, en 1569, durante el reinado de Felipe II, se emprendió una campaña contra los sarracenos en las costas del norte de África, donde Don Álvaro se entregó con empeño a pesar de su avanzada edad. Sin embargo, sufrió una derrota en el castillo de los Gelves y fue hecho cautivo por los turcos. Permaneció prisionero en Constantinopla, rechazando todas las ofertas para unirse a las fuerzas turcas. Finalmente, fue rescatado en 1565 después de cinco años de gestiones y regresó a España. Su última gran empresa fue en 1565, cuando acudió en socorro de la isla de Malta. Por sus servicios, Felipe II le concedió el señorío de Valdefuentes y el título de marqués de la Piovera. Don Álvaro murió en 1573 mientras ocupaba el cargo de gobernador de Milán. La información sobre su vida se encuentra en el Memorial de Ulloa y en otros documentos históricos. El autor también menciona un libro raro titulado "Vida de don Álvaro de Sande" de Huberto Foglietta, que ha sido fundamental para seguir con precisión la vida de este personaje.

El capitán Jerónimo de Sande

En este capítulo, se nos presenta al capitán don Jerónimo de Sande, un joven sobrino de don Álvaro de Sande. Nacido en Cáceres y bautizado en la parroquia de San Mateo, don Jerónimo tenía la responsabilidad de reclutar, armar y entrenar a los soldados que formarían parte del tercio de su tío.

En 1558, con menos de treinta años, don Jerónimo partió de Cáceres llevando consigo a un grupo de hombres, entre los que se encontraba otro sobrino de don Álvaro llamado Álvaro de Sande, así como varios nobles cacereños como Per Álvarez Golfín, Juan de Ovando, Martín de Ulloa, Alonso de Escobar, Diego de Paredes, Jerónimo de la Cerda, Alonso Sánchez de Paredes y muchos otros. Desafortunadamente, todos ellos perecieron en el desastre de los Gelves.

En un documento conservado en el Archivo de Simancas, escrito por don Álvaro de Sande, se relata cómo fue herido en una mano durante la jornada de los Gelves y cómo presenció la muerte de su sobrino don Jerónimo de Sande, así como la de otros amigos y personas queridas.

El caballero de San Juan don Alonso Golfín

En este capítulo, se relata cómo en 1522 los turcos expulsaron a los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén de la isla de Rodas. En marzo de 1530, Carlos V otorgó la soberanía de la isla de Malta a dicha orden, con la condición de que se opusieran al avance del Imperio otomano y defendieran el Mediterráneo de sus ataques y los de los corsarios asociados a ellos.

En 1559, Jean Parssot de la Valette era el gran maestre de los caballeros, considerado uno de los mejores militares de su época. En ese momento, el rey Felipe II mostró interés en recuperar Trípoli, que había caído en manos de Dragut. El gran maestre participó activamente en la preparación de la campaña y logró influir en el rey de Francia para que enviara tropas. La isla de Malta desempeñó un papel fundamental en esta importante empresa militar, ya que las flotas se detuvieron en sus puertos y se unieron las galeras de la Orden, así como un gran número de caballeros expertos en la lucha contra los ejércitos musulmanes.

En el Memorial de Ulloa se menciona a don Alonso Golfín, caballero de la Orden de San Juan, quien era el cuarto hijo de don Hernán Pérez Golfín, maestre sala del infante don Fernando. Se dice que este caballero cacereño fue a Malta para unirse a la Orden llevando una carta del rey Felipe II, en la que se expresaba su voluntad de favorecerlo y mostrarle respeto debido a sus méritos personales y a su linaje, así como por ser pariente de antiguos criados de la Casa Real. El Memorial también menciona que don Jerónimo de la Cerda, hermano de Alonso Golfín, siguió la carrera militar junto a su primo don Álvaro de Sande.

En la Relación que Don Álvaro de Sande presentó a su Majestad sobre la expedición a Berbería en los años 1559 y 1560, que se encuentra en Simancas, también se hace referencia a la muerte de su sobrino Alonso Golfín.

El desastre de los Gelves

En este capítulo, se menciona la isla de los Gelves, ubicada en el norte de África, específicamente en Túnez. En el siglo XVI, muchas crónicas hacen referencia a esta isla, que antiguamente era conocida como la isla de los Lotófagos, ya que se creía que Ulises estuvo allí al regresar de Ítaca. En 1284, los catalanes construyeron una torre y un puente que la conectaba con tierra firme, lo que llevó a llamar al brazo de mar o canal que separaba el continente de la costa insular como Alcántara, una palabra árabe que significa puente.

Los Gelves se convirtieron en una especie de obsesión para los españoles desde que en 1510 se realizó la primera expedición seria para dominar el territorio. Sin embargo, esta expedición terminó desastrosamente debido a que muchos soldados y el propio general don García de Toledo murieron de sed. Este hecho causó un profundo dolor en la corte y el poeta Garcilaso de la Vega compuso unos versos alusivos a esta tragedia.

¡Oh patria lagrimosa, y como vuelves los ojos a los Xelves, suspirando!

En este capítulo, se relata la victoriosa jornada de Túnez en 1535, protagonizada por Carlos V. Después de la conquista, el Emperador liberó a cautivos cristianos, sometió a los jefes árabes y fortificó las costas. Esto magnificó su imagen en España y en toda la Cristiandad. En 1559, Felipe II quiso emular la gesta de su padre y ordenó una campaña en el norte de África. Sin embargo, hubo fallos en la organización y se perdió la ocasión propicia. La expedición llegó a los Gelves en febrero de 1560 y las tropas desembarcaron sin oposición. Pero el turco fue avisado y se armó en Constantinopla. Llegó la flota turca y se inició el combate, resultando en la derrota de la armada cristiana. Los que se quedaron para defender el castillo sufrieron penalidades y finalmente perdieron el fuerte. Los turcos llevaron a algunos cautivos a Constantinopla y degollaron a la mayoría de los soldados. Piali Bajá construyó una torre con los cadáveres como trofeo. En 1870, la torre fue demolida y los restos sepultados. En España, esta campaña fue conocida como el "Desastre de los Gelves". Se buscaron responsabilidades y se hallaron culpables de la desorganización y la derrota. El testimonio de testigos presenciales y los documentos conservados en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia describen con detalle la campaña. La victoria posterior en la batalla de Lepanto hizo que este desastre quedara olvidado y apenas sea conocido.

Cautivos en tierras de infieles

En este capítulo, se habla sobre el fenómeno del cautiverio en la España del siglo XVI. Durante esta época, hubo constantes conflictos y guerras contra los musulmanes en el Mediterráneo, con el objetivo de continuar la Reconquista en el norte de África. Tanto los Reyes Católicos como su nieto Carlos V protagonizaron victorias contra los infieles, pero también hubo numerosas derrotas en las que muchos soldados españoles fueron hechos cautivos.

El cautiverio era una situación común tanto en la Edad Media como en la Edad Moderna. Cada vez que terminaba una campaña militar o cuando una nave cristiana era capturada por corsarios, los soldados caían en cautiverio. Durante varios siglos, se consideraba que los cautivos eran prisioneros de guerra que pertenecían a sus captores, quienes podían conservarlos hasta que se pagara un rescate por su libertad.

Esta realidad era tan común en la España del siglo XVI que dejó innumerables testimonios. Las familias solían vivir a la espera de que sus familiares cautivos regresaran, ya que era frecuente que tanto padres como hijos cayeran en cautiverio. Incluso en las victorias, algunos soldados eran apresados, como el caso del soldado español que luchaba en la batalla de Lepanto y que fue hecho cautivo, tal como se relata en la famosa novela Don Quijote de la Mancha.

Una vez que se caía en cautiverio, se perdía la libertad y se entraba en estado de esclavitud. El captor podía exigir un rescate o conservar al cautivo para su servicio, especialmente si este tenía habilidades útiles. También se solían vender a los cautivos, ya que esto permitía obtener ganancias más rápidas.

El cautiverio en tierras de infieles fue tan frecuente que se fundó la Orden de la Merced, también conocida como Orden de los Cautivos, cuya misión era la redención de cautivos cristianos. Los miembros de esta orden realizaban gestiones, pagaban rescates e intercambiaban prisioneros para rescatar a los cautivos.

La cuestión del cautiverio afectó a muchos españoles y condicionó la vida de muchos otros. La sociedad de la época ideó múltiples formas de solucionar este problema, como la predicación de las bulas de cruzada y de rendición de cautivos, que buscaban obtener recursos para pagar los rescates y liberar a los cautivos. También surgieron figuras como los alfaqueques en la Corona de Castilla y los exeas en la Corona de Aragón, cuya misión era pagar las cantidades exigidas y conseguir la liberación de los cautivos.

En el ámbito religioso, el cautiverio también tuvo un papel importante. Algunos santuarios y monasterios se convirtieron en centros de peregrinación para los cautivos liberados, quienes acudían a dar gracias por su liberación. Un ejemplo de esto es el santuario de la Virgen de Guadalupe, donde miles de cautivos redimidos dejaban sus cadenas como ofrenda. Esto generó una fuente documental importante conocida como Libros de Milagros, que se conservan en el Archivo del Real Monasterio de Guadalupe y que contienen narraciones detalladas sobre el cautiverio, las circunstancias de vida de los cautivos, su liberación y su regreso a casa.

Cuando un cautivo era liberado y regresaba a casa, a menudo sufría trastornos importantes, especialmente si su cautiverio había sido prolongado. En estos casos, la familia debía brindarle cuidados especiales, ya que se consideraba un deber primordial y piadoso tener consideraciones hacia aquellos que habían sufrido tanto.

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