Félix de Lusitania

35 minutos

Félix de Lusitania Sobrecubierta

En este capítulo, el protagonista, Félix, narra su historia desde su nacimiento en Lusitania hasta su llegada a Jerusalén. Félix describe su tierra natal, famosa por ser la última de Occidente, y su ciudad, Emérita, la capital de Lusitania. A pesar de su origen en el extremo del mundo, Félix siente una pregunta en su interior y decide emprender un viaje hacia el este en busca de sabiduría.

Félix relata su adolescencia en la villa de su padre, donde fue auriga en el circo de Emérita. Sin embargo, su fama y prestigio le causaron problemas y decidió embarcarse hacia Roma. En la capital del Imperio, Félix se sumerge en la vida de la ciudad y encuentra consuelo en los brazos de una joven consagrada al templo de la Salud. Sin embargo, su relación se vuelve ajena y decide unirse al regimiento de carros en Siria para enfrentarse a los persas.

En Persia, Félix se enamora de Néfele, una hermosa joven que pone en sus brazos el rey Sapor. Sin embargo, intrigas y un intento de asesinato los obligan a huir. Después de una agotadora travesía por los desiertos, Félix llega a Bostra, donde recupera la salud y se acerca a la comunidad cristiana. Fascinado por la figura de Jesús, Félix emprende una peregrinación a Jerusalén en busca de la verdad.

En Jerusalén, Félix y los peregrinos cristianos son atacados por sacerdotes paganos cuando intentan visitar el lugar de la muerte y resurrección de Jesús. Después de escapar, Félix se refugia en la iglesia de Sión, donde conoce al obispo Gordio y al maestro Orígenes. Allí, Félix descubre que los lugares sagrados están en manos de los paganos y que los cristianos deben obtener un permiso especial para visitarlos.

En resumen, en este capítulo, Félix narra su vida desde su nacimiento en Lusitania hasta su llegada a Jerusalén. Describe su viaje, sus experiencias en Roma y Persia, y su encuentro con los lugares sagrados en Jerusalén.

Siguiendo este capítulo, el maestro explica a Félix cómo los cristianos siempre han sabido la ubicación de los lugares sagrados en Jerusalén, a pesar de que estuvieron sepultados bajo signos paganos durante mucho tiempo. Gordio también menciona que la casa en la que se encuentra ahora es el lugar donde Jesús cenó por última vez con sus discípulos y donde se les apareció después de resucitar. Elintos, un antiguo compañero de guerra de Félix, también se encuentra en Aelia Capitolina y se sorprende al verlo. Más tarde, Félix decide alejarse del grupo de cristianos y pasear solo por la ciudad. Durante su paseo, visita el templo de Júpiter Serapis y presencia un sacrificio. Después, convence a un joven para que le muestre la cámara de la Vida, un lugar prohibido donde solo puede entrar el sumo sacerdote. Descubre que es un sepulcro vacío y se siente desilusionado. Al día siguiente, Félix se encuentra con Elintos en el palacio del procónsul y hablan sobre sus vidas desde la guerra. Racilio, un tribuno militar, revela a Félix que el sepulcro del templo de Júpiter Serapis es el lugar donde los cristianos creen que Jesús resucitó. Félix muestra escepticismo y Racilio explica que los misterios de Júpiter Serapis en ese sepulcro consisten en creer en la posibilidad de resucitar después de la muerte. El capítulo termina con la despedida de los invitados del palacio del procónsul.

Siguiendo este capítulo, Félix y Elintos deciden dejar la fiesta del procónsul y dirigirse al Pozo de Sisinia, un lugar conocido por su ambiente agradable y festivo. Al llegar, se encuentran con hombres y mujeres conversando y riendo bajo la luz de los candiles. Elintos llama a Sisinia, la dueña del lugar, y ella les trae vino y mantas. Todos se acomodan cerca del pozo y disfrutan de la música y el baile. Félix se encuentra con una cantante llamada Trivia, que le llama la atención por su aspecto exótico. Hablan y comparten vino, y Félix siente una conexión especial con ella. Sin embargo, cuando escucha la canción triste que Trivia canta, se llena de nostalgia y lágrimas. Elintos y otros se burlan de él, pero Félix no puede evitar sentirse conmovido por la canción y la presencia de Trivia. Más tarde, Félix le cuenta a Elintos sobre su experiencia con los cristianos y cómo ha sido influenciado por su fe. Elintos se burla de él y le da un libro llamado "El Discurso de la verdad" de Celso, que critica duramente al cristianismo. Félix lo lee y se siente desilusionado y triste. A pesar de esto, sigue disfrutando de la compañía de Trivia y continúa su vida de placer y diversión con Elintos.

Siguiendo este capítulo, Félix se encuentra con Elintos en la calle y se da cuenta de que los cristianos están pasando por allí. Elintos se queja de que los cristianos pagan para poder hacer su recorrido y el procónsul se lo permite. Félix no sabe cómo reaccionar y los cristianos lo ven y se acercan a saludarlo. Félix decide hablar a solas con Orígenes y se alejan por un callejón. Allí, Félix le cuenta a Orígenes sus dudas y desengaños con los cristianos. Orígenes le explica que Jesús calló ante las acusaciones falsas y que los discípulos genuinos son los que defienden su nombre. Félix le dice que la gente piensa que los cristianos son ignorantes e incultos, a lo que Orígenes responde que la pureza de corazón es lo que permite ver a Dios. Félix le pregunta si solo ellos son lo suficientemente puros para ver a Dios y Orígenes explica que todos necesitan purificación. Luego, Félix le cuenta a Orígenes su experiencia en el sepulcro vacío y cuestiona por qué Dios permite que los paganos tengan un templo en ese lugar. Orígenes le explica que solo los puros de corazón pueden ver a Dios y que la verdadera paz solo se encuentra en el corazón. Félix le dice que los cristianos también morirán y Orígenes le explica que los cristianos mueren compartiendo la muerte de Cristo y confían en su resurrección. Félix le dice que los cristianos no han visto a Jesús resucitado y Orígenes le dice que solo los iniciados a través del bautismo pueden entenderlo. Luego, Félix se despide de Orígenes y se va a Roma. En Roma, Félix se encuentra con la realidad de la ciudad y decide ir a una sastrería para comprar ropa nueva. El sastre le recomienda ir a las termas para relajarse y Félix decide seguir su consejo. Después de las termas, Félix va a la curia para presentarse y se entera de que tendrá que esperar a que el emperador Filipo regrese a Roma. Félix se da cuenta del caos en la administración y se siente frustrado por la falta de orientación.

Capítulo sin nombre 2

En este capítulo, Félix decide buscar ayuda en el general Lauricio Panfilio, quien fue su jefe militar en el Pretorio de Roma. Después de encontrar la residencia del general, Félix se presenta y el general no lo reconoce al principio. Después de recordar quién es Félix, el general lo invita a sentarse y charlan durante un largo rato. Félix le cuenta lo que le ha sucedido en la curia y el general le explica por qué decidió retirarse. El general le aconseja a Félix que no luche por un estado corrupto y le ofrece presentarlo a un senador llamado Decio, quien podría aconsejarlo mejor sobre qué hacer. Al día siguiente, Félix se encuentra con Lauricio y juntos van a visitar a Decio en el Senado. Decio muestra interés en Félix y le pregunta sobre su embajada en Persia. Después de una conversación más general, Decio le dice a Félix que pronto verá resuelto su problema y que el emperador está de camino a Roma. Más tarde, Félix asiste a la recepción del emperador en el Palacio Imperial y se reencuentra con antiguos compañeros de guerra. Filipo, el emperador, lo reconoce y le promete una audiencia. Sin embargo, cuando Félix acude a la audiencia, es recibido por un funcionario que le entrega una bolsa de dinero en lugar de una audiencia con el emperador. Desilusionado, Félix decide quedarse en Roma y disfrutar de las celebraciones del milenio de la fundación de la ciudad. Sin embargo, se siente vacío y comienza a experimentar una sensación de nostalgia y añoranza. Al final del capítulo, Félix sale a pasear por las calles de Roma en la madrugada.

Siguiendo este capítulo, el protagonista se detiene en la ladera del Quirinal para contemplar el amanecer de Roma. Observa cómo la ciudad va despertando y siente que en esas horas tempranas pertenece a los dioses. Decide recorrer el Foro antes de que las calles se llenen de gente. Pasa por varios monumentos y templos, recordando su pasado como sacerdote en el templo de Salus.

Llega al templo de Salus y decide entrar para ver a la joven sacerdotisa. Sin embargo, se encuentra con una sacerdotisa diferente y se entera de que Salus dejó el templo hace dos años. El protagonista insiste en saber dónde encontrarla, pero la sacerdotisa se niega a darle esa información y le pide que se vaya. El protagonista se siente defraudado y decide no volver nunca más al templo.

Después de esta experiencia, el protagonista recuerda que el cónsul Prisco estará en Roma hasta el final de los juegos y decide buscarlo para pedirle ayuda. Sin embargo, al llegar al despacho de Prisco, se encuentra con su arrogancia y falta de interés. Prisco le dice que ya ha recibido su recompensa y que no espere más.

Desanimado, el protagonista reflexiona sobre su situación y decide acudir al senador Decio, quien le había ofrecido ayuda en el pasado. Le cuenta todo lo que le ha sucedido y Decio lo escucha atentamente. Decio le sugiere que continúe en el ejército y le propone unirse a la caballería de élite que él lidera. El protagonista se entusiasma con la idea y acepta la propuesta de Decio.

Decio explica que están formando un ejército selecto para restaurar el espíritu militar romano y recuperar la grandeza del Imperio. Aunque reconoce las dificultades y la corrupción que existe en Roma, Decio cree en la paciencia y en formar a las nuevas generaciones para construir un nuevo estado basado en los valores romanos.

El protagonista reflexiona sobre las palabras de Decio y se da cuenta de que debe perseverar y luchar por sus ideales, a pesar de las dificultades y la falta de reconocimiento. Acepta el desafío de unirse a la caballería de élite y se compromete a formarse y prepararse para ser parte del cambio que Roma necesita.

Siguiendo este capítulo, Félix se compromete a ayudar a Decio y le pregunta qué debe hacer. Decio le explica que debe comprender que las cosas no llegan sin esfuerzo y que el sacrificio que hizo al enfrentarse al peligro persa no fue en vano. Félix decide devolver el dinero que recibió como recompensa y Decio le aconseja que lo utilice para comprar un caballo, una armadura y armas adecuadas. También le sugiere que compre una casa en Roma y continúe sus estudios de leyes. Félix acepta y se compromete a confiar en Decio. Después de varios meses, Félix descubre que Decio ha estado pendiente de su formación y se siente emocionado por su apoyo. Durante los juegos del Milenio, Félix y sus compañeros asisten a diversas representaciones y exhibiciones en el circo Máximo. Después de los juegos, Decio invita a Félix a una fiesta en su villa y le pide que se haga amigo de su hijo Herenio para protegerlo de las influencias negativas de la sociedad. Félix acepta el desafío y se compromete a guiar a Herenio por el mundo confuso de Roma. Decio le pide específicamente que evite que su hijo se involucre con las nuevas filosofías y religiones, especialmente el cristianismo. Félix se siente confundido por esta tarea, pero decide conformarse con la vieja religión y dejar de lado sus dudas.

Siguiendo este capítulo, el narrador reflexiona sobre la religión oficial del Imperio y su falta de impacto en su vida. Decio, por su parte, comparte la misma opinión y cree que cada uno debería creer en lo que quiera, siempre y cuando respeten al Imperio y a los antiguos dioses romanos. Decio decide enviar a su hijo Herenio a la escuela de Carocinus, donde el narrador también estudia leyes. Mientras tanto, el narrador supervisa las obras de su casa en Roma y se enfrenta a dificultades económicas. A pesar de ello, la casa de Decio se convierte en su refugio en tiempos de penuria. Herenio es descrito como un joven pulcro y disciplinado, pero también tímido y lleno de dudas. Dionisia, la hermana gemela de Herenio, es descrita como una joven hermosa y seductora, pero también envidiosa de la atención que su padre le presta a su hermano. El narrador se sumerge en los asuntos de la familia de Decio y se une a Herenio en sus actividades, como la caza. Durante una cacería, Dionisia afirma haber visto al ciervo que estaban buscando, lo que lleva a una apuesta entre los hermanos. Finalmente, encuentran al ciervo y lo cazan. En el siguiente capítulo, el narrador y los demás se preparan para asistir a una fiesta en las termas mixtas organizada por Salonina, la amiga de Dionisia.

Siguiendo este capítulo, Félix se siente cada vez más incómodo en la compañía de Salonina y sus amigos. Durante una fiesta en honor a Baco, Félix se siente aburrido por las conversaciones pretenciosas de Orbiano y Salonina. Sin embargo, su interés se centra en Dionisia, a quien encuentra muy bella. Después de la fiesta, Félix propone ir a un lugar divertido en el barrio Tiberino, y todos aceptan. En ese lugar, Félix se da cuenta de que los demás no han tenido muchas oportunidades de divertirse y disfrutan de la experiencia.

Un mes después, Salonina visita a Félix en su casa y le dice que Dionisia quiere verlo. Dionisia le cuenta a Félix que su padre la echó de casa y que se quedará en casa de Salonina mientras él está de viaje. Félix se preocupa por la situación de Dionisia y le promete que hablará con su padre.

Más tarde, Decio llama a Félix y le anuncia que será admitido en el orden ecuestre la próxima semana. Además, le regala una impresionante armadura de caballero. Esa noche, en la casa de Decio, Félix presencia la emoción de Herenio al recibir su propia armadura. Durante la cena, Decio pregunta a Dionisia sobre su estancia en casa de Salonina, y ella responde que se lleva bien con ella. Sin embargo, Félix sospecha que Dionisia le ha mentido y se siente frustrado. Al final de la cena, Decio se retira a dormir y Félix aprovecha para hablar a solas con Dionisia.

Capítulo sin nombre 3

En este capítulo, Félix se encuentra con Dionisia en el jardín y le reprocha por haberle mentido. Dionisia le explica que fue idea de Salonina inventar la historia para atraer a Félix. A pesar de la discusión, Félix cede y besa a Dionisia.

Luego, el capítulo cambia de tema y se centra en la creación de una nueva caballería en el ejército romano. Decio, convencido de la importancia de tener una caballería independiente, encarga a Valeriano, su lugarteniente, la tarea de organizarla. Valeriano, un experto en organización militar, se da cuenta de la importancia de la caballería en las guerras contra los persas y los germanos, y se encarga de transformar las tropas a caballo del ejército romano.

El capítulo continúa describiendo cómo Valeriano y Félix se dedican a entrenar a la nueva caballería, ensayando diferentes formaciones y técnicas de combate. Finalmente, llega el día del desfile de presentación de la nueva caballería, que es un éxito y recibe elogios de la cúpula militar.

Después de un año, Félix se convence de que unirse al ejército fue la mejor decisión que tomó. Sin embargo, sigue deseando ir a la guerra, pero Decio se niega a enviarlos al frente. Félix también reflexiona sobre la decadencia de Roma, la corrupción en la sociedad y la atracción que Persia ejerce sobre algunos romanos. Además, menciona su desencanto con la magia y la astrología, que están de moda en ese momento.

Por último, Félix habla sobre su relación con Dionisia y cómo ella está obsesionada con la astrología y la búsqueda del destino. Félix se muestra escéptico y se niega a participar en las reuniones organizadas por los astrólogos.

Siguiendo este capítulo, Félix le explica a Dionisia que ya no está interesado en buscar explicaciones sobre el mundo y solo quiere vivir. Sin embargo, Dionisia y Salonina los sorprenden en la salida del cuartel para llevarlos a una sorpresa. Llegan a una casa antigua en un jardín oscuro y se encuentran con Macriano, un teúrgo egipcio que los invita a una sesión teúrgica. Durante la sesión, Macriano habla sobre los misterios egipcios y los espíritus de los muertos. Luego, se realiza un espectáculo con sombras y luces, pero todo se arruina cuando el perro de la imagen de Hécate se acerca a una mujer y la hace reaccionar. Macriano se enfurece y los echa del lugar. Después de esto, Félix se muda al cuartel debido a los daños causados por las lluvias. En el cuartel, Félix se da cuenta de la falta de disciplina en el ejército y la falta de interés por defender las fronteras. Luego, Gario, un viejo legado, propone enviar al nuevo regimiento a la frontera para demostrar su valía. Félix sugiere hablar con Decio, quien finalmente decide enviar al regimiento a la frontera. En su viaje hacia la frontera, Félix y los demás soldados llegan a Emona, una ciudad próspera y un importante centro comercial. Después de una semana de espera, reciben la orden de partir hacia la fortaleza de Mursa, donde se preparan para la ofensiva contra los yácigas. La fortaleza de Mursa es impresionante y Félix comprende la importancia de la región como territorio militar.

Siguiendo este capítulo, el gobernador de la fortaleza, Marino, explica a los jefes la situación en la frontera. Les informa de que están enfrentándose a una invasión de bárbaros, como los yácigas, bastarnos, marcomanos y cuados, que llegan en oleadas desde el este y el norte. A pesar de los esfuerzos del ejército romano por combatirlos, los bárbaros siguen llegando en gran número. Marino también menciona la contratación de mercenarios bárbaros para reforzar las tropas romanas, aunque advierte que no se puede confiar plenamente en ellos. Los oficiales preguntan sobre las órdenes precisas y Marino les dice que deben estar siempre preparados para el combate, ya que la guerra en Panonia es impredecible y peligrosa.

Después de la reunión, el protagonista y sus hombres se sienten desalentados por la situación y las dificultades que enfrentarán en la guerra contra los bárbaros. Sin embargo, deciden seguir adelante y solicitan autorización para hacer una exploración más al norte, en una zona que aún no ha sido atacada por los yácigas. A pesar de las advertencias de no cruzar el Danubio, el protagonista y sus hombres deciden explorar la región en busca de información sobre el enemigo.

Durante la exploración, el protagonista y su compañero Antiocus discuten sobre las tácticas de guerra en los bosques de la región. Antiocus se muestra preocupado por la dificultad de luchar en ese terreno, pero el protagonista intenta animarlo y le asegura que tendrán la oportunidad de demostrar su valía.

Más tarde, el protagonista se encuentra con Marino en las termas de la fortaleza y tienen una conversación en la que Marino revela su descontento con la situación y su desconfianza hacia los árabes que han sido contratados por el emperador Filipo. El protagonista intenta tranquilizarlo y le asegura que están preparados para luchar.

Finalmente, el protagonista y sus hombres son menospreciados por los veteranos de la fortaleza durante un desfile militar. El protagonista se queja ante Marino, pero este le dice que la verdadera disciplina se demuestra en la batalla y que los bárbaros les harán cambiar de opinión. Después de una discusión, Marino acepta la valía del protagonista y sus hombres y les ordena unirse a su regimiento para enfrentarse a los bárbaros en los bosques de la Yacigia.

Siguiendo este capítulo, Marino y el narrador discuten sobre la razón por la cual los pueblos bárbaros están invadiendo el Imperio Romano. Marino cree que están atraídos por la civilización romana y sus comodidades. Sin embargo, el narrador está preocupado por la posibilidad de que los bárbaros lleguen a tomar el control del Imperio. Marino no cree que esto sea posible, ya que los bárbaros no están lo suficientemente organizados. A pesar de esto, Marino reconoce que podrían tomar algunas provincias si se les permite. El narrador comenta que sería una lástima, ya que el Imperio ha invertido mucho en expandirse hasta esas tierras.

Más tarde, el ejército romano llega a Aquincum y descubre que ha sido arrasada por los bárbaros. La guarnición romana ha resistido el asedio en la ciudadela fortificada, pero no ha sobrevivido. Marino decide perseguir a los bárbaros y se entera de que son godos. El ejército romano continúa su marcha hacia Brigetio, donde se enteran de que los bárbaros han cruzado el río y se han dirigido hacia el norte. Marino se da cuenta de que los bárbaros son una amenaza seria y decide perseguirlos. Sin embargo, cuando llegan a Brigetio, descubren que los bárbaros ya se han ido. Marino se enfurece y se da cuenta de que han hecho la marcha en vano.

El ejército romano continúa persiguiendo a los bárbaros, pero se enfrenta a dificultades en su avance. Los bárbaros están organizados y utilizan tácticas militares y técnicas de asedio. Algunos soldados romanos desertan y se unen a los bárbaros. A pesar de esto, el ejército romano recluta a nuevos soldados y continúa luchando contra los bárbaros en diferentes frentes. Finalmente, se encuentran con los bárbaros en Scarbantia, pero los bárbaros se retiran hacia los bosques cuando ven al ejército romano.

Siguiendo este capítulo, Marino reúne a los oficiales para discutir la situación. Explica que los bárbaros no están huyendo, sino que están tratando de atraer al ejército romano hacia el bosque para atacarlos desde allí. Deciden esperar a que los bárbaros inicien su movimiento y se preparen para la batalla. Durante la noche, permanecen en alerta y descansan lo que pueden. Al amanecer, los bárbaros salen del bosque y se enfrentan al ejército romano. La batalla es feroz y los romanos luchan valientemente. Lucius, uno de los centuriones, resulta herido en el ojo pero sigue luchando. Los romanos logran derrotar a los bárbaros y perseguirlos hasta que huyen. Sin embargo, se dan cuenta de que otro grupo de bárbaros está atacando por la retaguardia. Deciden darles alcance y logran derrotarlos también. A pesar de la victoria, Marino decide seguir persiguiendo a los bárbaros y se preparan para continuar la marcha. Durante el viaje, reciben informes de que los bárbaros se han unido a más jinetes y están atacando a la Décima Legión cerca del Danubio. Marino decide dirigirse hacia allí y se enfrentan nuevamente a los bárbaros. La batalla es caótica, pero los romanos logran derrotar a los bárbaros y Cniva escapa. Después de la batalla, los romanos son aclamados como héroes por la gente de Carnuntum. Marino discute con el legado, pero la victoria es celebrada por todos. Más tarde, hay un tumulto en el Pretorio, pero nadie sabe qué sucedió debido a la embriaguez generalizada.

Capítulo sin nombre 4

En este capítulo, el protagonista se despierta sobresaltado por una fanfarria de tubas y tambores. Descubre que hay una gran movilización en el campamento y que Marino ha tomado el mando de las tropas. Marino anuncia que ya no está el legado de Vindobona y que él dará las órdenes a partir de ahora. El protagonista intenta hablar con Marino para obtener explicaciones, pero se le impide entrar al Pretorio. Luego, se le ordena partir hacia Mesia y durante el viaje se entera de los rumores de una posible rebelión. En Singidunum, se reúnen más tropas y el protagonista se encuentra con el procónsul Fabio, quien le revela que Marino planea proclamarse emperador y marchar contra Roma. Fabio le pide al protagonista que se una a la rebelión para ganar tiempo y enviar un mensajero a Roma para informar a Decio de la situación. El protagonista regresa al campamento y se entera de que Marino lo ha estado buscando. Antiocus, el centurión, llega de Roma y le informa al protagonista que Decio viene con un ejército para enfrentar la rebelión. Antiocus le pide al protagonista que averigüe los planes de Marino. El protagonista decide hablar con Marino, pero se da cuenta de que será difícil encontrarlo a solas. A pesar de las dificultades, el protagonista está decidido a intentarlo para cumplir con la petición de Decio.

Siguiendo este capítulo, Félix se encuentra con Marino rodeado de otros generales rebeldes. Marino luce una nueva armadura dorada y se muestra más corpulento de lo habitual. Félix intenta hablar con él, pero Marino lo rechaza y le pide que lo deje descansar. Sin embargo, Félix insiste en hablar con él y le menciona que tiene noticias de Roma. Marino accede a escucharlo y lo invita a su tienda.

Dentro de la tienda, Félix observa la decoración extraña que combina objetos lujosos con muebles sencillos. Marino se despoja de su armadura y se sienta a la mesa con Félix. Mientras beben vino, Félix le informa a Marino que Decio se dirige hacia ellos con un gran ejército para frenar la rebelión. Marino muestra interés y decide enviar a Félix como emisario para dialogar con Decio.

Después de la conversación, Félix se da cuenta de que Marino desconfía de él y decide jugar con esa desconfianza. Le cuenta a Marino que Decio siempre ha estado en contra de Filipo y que envió a su hijo Herenio como emisario para expresar sus verdaderas intenciones. Marino parece creerle y accede a escuchar más. Félix aprovecha la oportunidad para asesinar a Marino con su propia espada.

Después de matar a Marino, Félix se asegura de que todo esté en orden en la tienda y sale sin levantar sospechas. Se encuentra con Antiocus, quien nota la sangre en su ropa y Félix le cuenta lo sucedido. Deciden huir antes de que descubran el cuerpo de Marino.

Más tarde, Félix y Antiocus se reúnen con Decio en Concordia y le cuentan lo sucedido. Decio se muestra sorprendido pero les cree. Envía emisarios a las guarniciones rebeldes para intentar una solución pacífica, pero las respuestas indican que los rebeldes no están dispuestos a ceder. La tensión aumenta y finalmente los rebeldes proclaman a Decio como emperador.

Decio intenta evitar la guerra, pero el legado de Filipo y los generales le instan a atacar. Sin embargo, los soldados se niegan a obedecer y proclaman a Decio como emperador. El capítulo termina con un gran clamor de apoyo a Decio.

Siguiendo este capítulo, Decio rechaza la propuesta de los rebeldes de convertirse en emperador y busca la puerta para salir mientras la multitud aclama su nombre. Aunque algunos dicen que Decio buscó desde el principio convertirse en emperador, el narrador asegura que esto no fue así y que Decio trató el tema con desprecio. Decio se da cuenta de que una guerra civil sería fatal en ese momento, ya que las fuerzas están divididas. A pesar de los intentos de Decio por calmar a todos, la guerra civil se vuelve inevitable y se enfrenta a Filipo en la batalla de Verona. El ejército de Decio resulta victorioso y Filipo es asesinado por los pretorianos. Decio ordena encarcelar y juzgar a los pretorianos responsables del asesinato de Filipo. Decio es proclamado emperador y realiza una ceremonia en el Panteón en honor a los dioses. Dionisia, la esposa de Decio, se convierte en una figura prominente en la corte y muestra indiferencia hacia el narrador. El narrador nota que hay otro hombre que sigue a Dionisia y se siente celoso.

Siguiendo este capítulo, Félix se sorprende al ver a Salonina acompañada por Licinio, el hijo mayor del general Valeriano, ya que recientemente se habían casado. Salonina le cuenta a Félix que Dionisia también se casará, lo cual lo deja estupefacto. Después de la noticia, Félix se siente celoso y contrariado. Más tarde, Félix se encuentra con Herenio y le pregunta si es cierto que Dionisia se casará, a lo que Herenio confirma. Félix se siente aún más incómodo y comienza a reflexionar sobre su propia vida y la posibilidad de establecerse y formar una familia. Decio, el emperador, le ofrece a Félix el cargo de Praefectus legionis en la Tercera Legión de África, en Cartago. Félix acepta el cargo y se dirige a Cartago en barco. Durante el viaje, Félix reflexiona sobre su vida y sus sentimientos hacia Dionisia. Al llegar a Cartago, Félix es recibido por Aspasio Paterno, el procónsul, quien lo invita a cenar. Durante la cena, Aspasio le habla a Félix sobre la vida en Cartago y la importancia de conocer la provincia. Félix y Aspasio deciden realizar un viaje juntos para visitar las diferentes ciudades de África. Comienzan su viaje por los valles del Medjerda y el Miliana, visitando varias ciudades y siendo recibidos con hospitalidad por los magistrados y la aristocracia local. Félix destaca el templo de las Aguas, un lugar misterioso y hermoso al que se llega a través de un paisaje verde y frondoso.

Siguiendo este capítulo, el protagonista describe su experiencia en África y las diferencias que encuentra con Hispania. Menciona los contrastes vivos y frecuentes de la tierra, desde los bosques bajos hasta las rojizas arcillas y las arenas limpias de los desiertos. Luego, relata su estancia en Cirta, una ciudad importante a orillas del río Ampsagar, donde se detiene por un tiempo debido a los conflictos entre los municipios de las cuatro ciudades de la "confederación de las cuatro colonias". Después, se dirige a Numidia, donde reorganiza las tropas y se encuentra con problemas causados por jefes civiles y militares que se habían aprovechado de su poder. Continúa su viaje hacia el sur de África, donde queda impresionado por la belleza de la llanura y la puerta del desierto en Capsa. Luego, se dirige al norte, haciendo una parada en Ammaedara para reorganizar la legión acantonada. Finalmente, llega a Thugga, donde se encuentra con la esposa de Aspasio y disfruta de una fiesta en la que conoce a una joven que le llama la atención. Después de la fiesta, decide instalarse en Cartago y adquirir una villa. Allí, se involucra en el culto imperial y colabora en la rehabilitación de una schola. Sin embargo, se da cuenta de que la gente en Cartago no muestra mucho interés en los cultos oficiales y prefiere sus propias religiones, como el culto a la diosa Tamis, Isis y Osiris, y el cristianismo, que está en auge en la ciudad. El protagonista muestra cierta reticencia hacia los cristianos, pero Aspasio le asegura que son gente normal y corriente.

Capítulo sin nombre 5

En este capítulo, Félix conversa con Aspasio sobre su experiencia con los cristianos y cómo sus creencias casi lo convencen. Aspasio se sorprende y ofrece su amistad y apoyo a Félix. Félix acepta y se apoya cada vez más en ellos, perdiendo su independencia y libertad en el proceso. Acepta la invitación de Aspasio para ir a cazar leones en Thugga, donde experimenta la emoción de la caza y la venta de las fieras. Durante la cacería, Félix salva a Aspasio de ser atacado por una leona y resulta herido en el proceso. Es atendido por físicos en Thugga y se recupera lentamente. Durante su convalecencia, Félix reflexiona sobre su vida y su búsqueda de algo que lo satisfaga. Conoce a Fidelia, una amiga de Vitunia, y se siente atraído por su serenidad y sabiduría. Comienzan a pasear juntos y Félix se siente feliz en su compañía.

Siguiendo este capítulo, Félix y Fidelia continúan su rutina de caminar juntos hacia la fuente todas las mañanas. Fidelia le cuenta a Félix sobre su esposo fallecido y cómo ha sufrido en su vida. Vitunia también le cuenta a Félix sobre la difícil vida de Fidelia, incluyendo la muerte de su padre y su esposo. A pesar de todo lo que ha pasado, Fidelia es optimista y llena de fe.

Un día, mientras caminan juntos, Félix le pregunta a Fidelia si estaba enamorada de su esposo. Ella responde que no, y Félix se da cuenta de que también está empezando a enamorarse de ella. Sin embargo, Fidelia se muestra distante y evita cualquier muestra de afecto.

Después de unos días, Félix se recupera por completo y decide regresar a Cartago. Antes de partir, visita a Aspasio, quien le cuenta sobre los cambios políticos en Roma y la estabilidad que se está logrando. Aspasio también le pregunta sobre Fidelia y le insinúa que debería considerar casarse con ella.

Félix regresa a su casa en Cartago y se encuentra con Aspasio, quien le muestra un regalo que le ha preparado: la piel de la leona que cazaron juntos y un cuadro que representa la caza. Félix agradece el regalo y se alegra por las buenas noticias de Roma.

El verano llega a su fin y Félix comienza a sentir una tristeza melancólica. Le explica a Fidelia que a pesar de ser feliz con ella, hay algo más profundo que le angustia. Fidelia le cuenta que cuando su esposo murió, ella también cayó en una profunda tristeza, pero encontró consuelo en un conocido de Vitunia que sanó su alma.

En resumen, en este capítulo Félix y Fidelia continúan su relación, pero Félix comienza a sentir una tristeza profunda y busca respuestas sobre su angustia. Fidelia le cuenta sobre su pasado y cómo encontró consuelo en un conocido de Vitunia.

Siguiendo este capítulo, Félix y Fidelia discuten sobre la influencia que ha tenido un hombre llamado Tascio en la vida de Fidelia. Félix muestra su desdén hacia los cristianos y su religión, pero Fidelia defiende a Tascio y afirma que él la ha ayudado mucho. Fidelia comienza a asistir a las reuniones de Tascio y le cuenta a Félix lo que él les dice. Félix se muestra reacio a involucrarse en esos asuntos y le pide a Fidelia que no lo incluya. Sin embargo, Fidelia continúa asistiendo a las reuniones y se entusiasma cada vez más con la religión cristiana. Félix, por su parte, se ocupa de su cargo de legado y lidera una misión militar para sofocar una revuelta en el sur. Después de la victoria, es recibido como un héroe en Cartago y se celebra una cena en su honor. Durante la cena, Félix expresa su descontento por la facilidad con la que logró la victoria y su deseo de enfrentarse a enemigos más poderosos. Fidelia continúa asistiendo a las reuniones de Tascio y le cuenta a Félix lo que él les dice. Félix se muestra escéptico y no está dispuesto a cambiar su opinión sobre los cristianos. Sin embargo, acepta que Fidelia siga asistiendo a las reuniones. Más tarde, Félix se encuentra con Aspasio, el gobernador, y le pide información sobre Tascio. Aspasio le cuenta la historia de Tascio, su conversión al cristianismo y su papel como líder de la comunidad cristiana en Cartago. Félix expresa su sorpresa y su desaprobación por la decisión de Tascio de abandonar su carrera política y convertirse al cristianismo. Aspasio le asegura que Tascio es una persona inteligente y respetada en la comunidad. Finalmente, se acuerda una cena en la que Félix podrá conocer a Tascio y hablar con él. En la cena, se discute sobre el emperador y los problemas que enfrenta el Imperio Romano. Félix defiende a Decio y asegura que él resolverá los problemas, mientras que Tascio expresa sus dudas sobre la estabilidad del Imperio. Félix defiende a Decio y critica las sectas y los nuevos dioses que han surgido. El capítulo termina con Félix elogiando a Decio y afirmando que él es un verdadero romano.

Siguiendo este capítulo, Félix y Tascio Cipriano discuten sobre la actitud de los cristianos hacia el Imperio Romano. Félix argumenta que los cristianos han contribuido a la decadencia y corrosión de la cultura romana al crear un mundo aparte con sus propias normas y creencias. Tascio defiende a los cristianos, afirmando que ellos oran por los emperadores y respetan su autoridad. Además, cita las escrituras cristianas que instan a orar por los gobernantes. Félix cuestiona si los cristianos consideran al emperador como Dios, a lo que Tascio responde que llamarlo "Señor" es solo una forma de hablar y que los cristianos reconocen a Dios como la verdadera autoridad. La discusión continúa con Félix criticando la historia y las creencias judías y cuestionando la fe de los cristianos. Tascio explica que los judíos fueron favorecidos por Dios en el pasado, pero perdieron esos favores debido a su desobediencia. También menciona que los cristianos no consideran al emperador como Dios, sino que lo respetan como gobernante y oran por él. Félix concluye que los cristianos están jugando a perder y que la proliferación de sectas y cultos orientales no durará mucho. Sin embargo, Aspasio señala que el cristianismo se está extendiendo con fuerza y que incluso personas influyentes como Tascio se están convirtiendo. En otro momento, Félix y Fidelia discuten sobre la fe cristiana. Fidelia expresa su creencia en la existencia de un Dios vivo y amoroso con el que puede comunicarse a través de la oración. Félix intenta disuadirla, pero finalmente acepta su decisión al ver su felicidad y cómo su nueva religión no afecta su vida en común.

Siguiendo este capítulo, el narrador nos cuenta que, a pesar de los principios estoicos de su abuelo, su felicidad en Cartago depende de la presencia de Fidelia. Durante el invierno, tiene poco trabajo en la prefectura y aprovecha para dedicarse a su pasión por los libros. Descubre obras de Apuleyo y se divierte con Las metamorfosis de Ovidio. También se sorprende de la afición de los cartagineses por los auditorium, donde se leen obras poéticas. Mientras tanto, Fidelia avanza en su iniciación cristiana y el narrador acepta su fe como algo natural. Un día, Fidelia llega emocionada de una reunión y le muestra un libro llamado Didaché, que contiene las obligaciones de los candidatos al cristianismo. El narrador se muestra escéptico y Fidelia le lee algunos mandamientos del libro. Aunque le parece impresionante, el narrador duda de que alguien pueda llevar una vida así. Sin embargo, Fidelia le cuenta que está embarazada y el narrador se sorprende. Luego, el narrador reflexiona sobre la corrupción y la decadencia de la sociedad en esos tiempos. Aspasio, el gobernador, le cuenta al narrador que ha recibido una denuncia contra Cipriano por parte de Larcius Surio, un magistrado poderoso. Larcius acusa a Cipriano de haber vertido injurias y de haber escrito un libro contra el Estado y el emperador. Aspasio cita a Cipriano para interrogarlo y el obispo niega las acusaciones. Aspasio decide llevar el caso ante el tribunal y el capítulo termina con el narrador y Aspasio reflexionando sobre la situación.

Siguiendo este capítulo, Aspasio y Félix discuten sobre la denuncia de Larcius Surio hacia Cipriano. Aspasio teme que esto traiga problemas, ya que Larcius es un hombre implacable. Fidelia se sorprende de que Félix vaya a visitar a Cipriano después de negarse tantas veces a hacerlo. Félix explica que se siente atraído por la personalidad de Cipriano y que ha madurado la idea de visitarlo. Fidelia le dice que cada vez más gente opina que Cipriano es el mejor en Cartago, pero Félix le advierte que también tiene muchos enemigos. Fidelia defiende a Cipriano y dice que los envidiosos siempre existen cuando alguien brilla. Félix le pide que sea más cautelosa en su admiración hacia Cipriano, ya que puede traer complicaciones. Fidelia se preocupa y le pregunta qué tipo de complicaciones. Félix le explica que tiene un presentimiento de que alguien como Cipriano puede generar tanto energías buenas como malas. Fidelia se preocupa aún más y le pide que le explique exactamente a qué se refiere. Félix le dice que no es nada importante y que no quiere disgustarla. Fidelia insiste en que hable y Félix le explica que le preocupa que ella se convierta en cristiana y que eso pueda perjudicar su posición y a la familia que formarán. Fidelia se sorprende y le dice que su fe no excluye nada, sino que da sentido a todo. Félix le dice que está feliz con lo que tienen y que no ve la necesidad de convertirse al cristianismo. Fidelia le explica que el amor es el misterio más grande del mundo y que la fe cristiana le da sentido a su vida. Félix le pide que no se bautice, pero Fidelia insiste en que lo hará y espera que él también lo haga. Félix accede a dejarla seguir su camino espiritual y decide no contradecirla. Más tarde, Félix visita a Cipriano y le expone sus opiniones sobre el libro "Discurso de la verdad" de Celso. Cipriano le entrega el libro "Contra Celso" de Orígenes y Félix descubre en él una explicación sobre la supervivencia después de la muerte. Félix se da cuenta de que la falta de esperanza en el mundo romano contrasta con la esperanza que encuentran los cristianos en la vida eterna.

Siguiendo este capítulo, el narrador reflexiona sobre la esperanza y la originalidad de los cristianos en el mundo antiguo. Se menciona la Carta a Diogneto, que expresa la novedad de la existencia que los cristianos representaban en el mundo. Luego, el narrador se encuentra con Larcius Surio, quien le muestra un libro escrito por Tascio Cipriano que contiene críticas a las leyes y la justicia romana. El procónsul decide llamar a Cipriano para interrogarlo. Al día siguiente, el narrador y Fidelia visitan a Cipriano en su casa de campo. Tienen una conversación sobre la felicidad y la divinidad, en la que Cipriano explica su concepción de Dios como un padre amoroso. Finalmente, Cipriano le explica al narrador el sentido de su libro, que busca comunicar la transformación que ha experimentado con su conversión al cristianismo y denunciar las corrupciones de la sociedad romana.

Capítulo sin nombre 6

En este capítulo, el protagonista concluye que el libro de Cipriano no es tan grave como parecía al principio. Después de leerlo, se da cuenta de que no es un ataque a Roma, sino más bien un tratado espiritual de un converso al cristianismo. Sin embargo, antes de que se celebre el juicio, Decio emprende una guerra contra los cultos que perjudican a la religión romana. Se publica un edicto que obliga a todos los ciudadanos a manifestar su adhesión a la religión oficial. El protagonista forma parte de una comisión encargada de hacer cumplir la orden. Mientras tanto, su esposa y la esposa del gobernador se niegan a cumplir el edicto. El protagonista intenta convencer a su esposa, pero ella se niega rotundamente. A pesar de esto, el protagonista decide enviar a su esposa a Thugga para ganar tiempo. El martes siguiente, se celebran los cultos públicos en el Foro provincial de Cartago. Sin embargo, una gran parte de la población no acude a cumplir con la orden. Se decide repetir la convocatoria y durante más de un mes, los ciudadanos pasan por el Foro para cumplir con la obligación. A pesar de esto, todavía hay un gran número de personas que se niegan a cumplir. Se decide detener a todos los que no tienen el certificado y se llena la cárcel. El protagonista propone hablar con el jefe de los cristianos, Cipriano, para intentar convencerlo de que cumpla la ley. Sin embargo, Cipriano se niega rotundamente, argumentando que no pueden adorar a los dioses paganos. La discusión termina sin llegar a un acuerdo.

Siguiendo este capítulo, Aspasio y Cipriano continúan discutiendo sobre la adoración a los dioses romanos. Aspasio argumenta que los dioses de Roma son dioses para ellos y para Roma, mientras que Cipriano sostiene que son solo figuras e ídolos inertes. Cipriano critica las acciones y las historias de los dioses romanos, considerándolas ridículas e infames. Aspasio le pregunta por qué es más razonable adorar a su Dios, a lo que Cipriano responde que ellos adoran al único Dios que creó el mundo y que representa el orden y la belleza de todo lo que existe. Félix sugiere que Cipriano realice un acto simbólico de veneración a las estatuas de los dioses romanos para evitar problemas, pero Cipriano se niega, afirmando que ofrecer incienso es un acto religioso intrínseco y que su deber es amar y consagrar su vida a Dios. Cipriano explica que Dios es celoso y exclusivo porque no puede limitarse ni contaminarse. Aspasio le pregunta si se niegan a cumplir el edicto, a lo que Cipriano responde rotundamente que sí, ya que su deber es estar completamente con Dios o completamente en contra de él. El procónsul advierte a Cipriano sobre las consecuencias de su negativa, pero Cipriano responde que aceptará lo que Dios quiera. Félix se da cuenta de que es inútil intentar convencer a Cipriano y comienza a sentir inquietud por el Dios de los cristianos. Fidelia regresa a Cartago a pesar de las advertencias de Félix sobre el peligro que corren. Félix decide marcharse de Cartago con Fidelia para evitar el edicto, pero al intentar comunicar su decisión a Aspasio, descubre que está en el Pretorio presidiendo la aplicación de las penas a los que se niegan a cumplir el edicto. Félix presencia cómo azotan a varios condenados y se horroriza por la violencia. Desesperado, le pide a Aspasio que busquen otra solución, pero Aspasio le sugiere que los cristianos abandonen Cartago, ya que el inspector enviado por el emperador solo tiene jurisdicción en la ciudad. Félix se dirige a la iglesia donde se encuentra Cipriano y le informa sobre las condenas en el Pretorio. Cipriano y los demás miembros de la comunidad cristiana se reúnen en la iglesia para discutir la situación. Cipriano habla sobre la fe en Cristo como único Señor y único amor, y la necesidad de confiar en Dios en medio de la persecución. Félix interrumpe y les insta a confiar también en las leyes y en el Estado, pero Cipriano explica que se oponen a la idolatría del Estado y a la inmoralidad de la sociedad romana. Cipriano reconoce que muchos cristianos han caído en la corrupción, pero considera que la persecución los purificará y los hará dignos de continuar con su fe.

Siguiendo este capítulo, Cipriano advierte a los presentes de que el magistrado Larcius Surio hará todo lo posible para que se cumpla el edicto imperial de persecución a los cristianos. Un grupo de personas entra en la reunión y les informa de los terribles sucesos que están ocurriendo en el Pretorio, donde están matando a los cristianos. La reunión se convierte en caos y algunos fieles deciden huir, mientras que otros se quedan cantando y rezando. Cipriano intenta calmar a la gente y les recuerda la importancia de confiar en Dios en momentos de prueba. Saloniano y el ciego también expresan su miedo y desesperación. Cipriano les habla sobre la importancia de la valentía y la fe en Dios. Después de la reunión, Félix le expresa a Cipriano su incomodidad con la forma en que los cristianos valoran la vida presente y le pregunta por qué desprecian el mundo. Cipriano explica que aunque Dios creó el mundo, en él predominan normas y costumbres malvadas. Félix cuestiona por qué Dios permite la existencia del mal, pero Cipriano reconoce que la razón humana no puede resolver esa cuestión. Cipriano habla sobre la fe y la esperanza en Dios, y cómo la fe nace del dolor y las dificultades. Félix no comprende completamente, pero siente una intuición en su alma. Durante los días siguientes, el terror se apodera de Cartago debido a las persecuciones. Muchos cristianos claudican y sacrifican a los ídolos para salvarse, mientras que otros huyen de la ciudad. Félix ayuda a Fidelia a obtener un certificado falso para excluirla de la lista de sospechosos. Deciden marcharse a Thugga para alejarse de la persecución. Antes de partir, Félix le pide a Cipriano que se oculte, pero él decide quedarse en Cartago para estar con su comunidad. Félix no comprende su decisión y cuestiona la exigencia de Dios. Cipriano explica que la fe nace del ansia de Dios y la espera de su ayuda. Félix sigue sin comprender completamente la fe, pero se siente inspirado por la fortaleza y la paz de Cipriano. Deciden ir a ver a Tertullus, quien ha obtenido un certificado falso de apostasía. Tertullus intenta convencer a Cipriano de que se oculte, pero finalmente deciden partir hacia Thugga. Durante su exilio, Félix experimenta una profunda felicidad y descubre el sentido de su vida en el amor a Fidelia.

Siguiendo este capítulo, el narrador describe el pequeño pueblo donde se encuentra, cerca de Zigua, en las alturas y al pie del pico más alto de la región. El lugar está rodeado de exuberante vegetación, con laureles y pinos de Alepo que crean túneles de sombra por donde discurren las veredas hacia los manantiales de aguas calientes. Aunque hay santuarios dedicados a Esculapio y a la diosa Higia, la mayoría de la población es cristiana y los templos están casi olvidados. El narrador comienza a creer en Dios, no como respuesta a sus interrogantes, sino como un deseo que brota en lo más profundo de él. Decide ayunar y experimenta una sensación de purificación y libertad. Siente que la vida que ha elegido junto a Fidelia lo ha liberado del miedo al futuro. En un atardecer de abril, le comunica a Fidelia su deseo de creer y ella se alegra. Sin embargo, el narrador duda de sí mismo y de su admiración por el emperador Decio, ya que la persecución a los cristianos en Cartago lo ha llevado a cuestionar su fe en Roma. Fidelia le explica que la fe requiere locura y que los creyentes están llamados a resistir hasta el final. El narrador llora y se siente reconciliado y en paz. Fidelia se bautiza en la noche de Pascua y la celebración llena de alegría a todos los fieles. El narrador visita a Cipriano en Zigua y conoce a Celerino, un presbítero recién llegado de Roma que relata los sufrimientos de los cristianos en la persecución. El narrador se da cuenta de que su acercamiento al cristianismo puede causarle problemas y Aspasio Paterno le advierte sobre los rumores de que se ha hecho cristiano. El narrador decide hacer lo que crea conveniente y enfrentar las consecuencias. Se menciona que Larcius Surio ha redactado una carta culpando al narrador por la fuga de Cipriano.

Capítulo sin nombre 7

En este capítulo, Félix recibe una carta de quejas que piensan enviar a Roma y se enfurece al enterarse de que Larcius Surio está tramando algo en su contra. Decide ir a la magistratura para tomar medidas. En el camino, se encuentra con Larcius y lo amenaza, pero Larcius le advierte que hay testigos presentes. A pesar de la tensión, la situación se calma y Félix decide regresar a su vida normal en Cartago.

Más tarde, la tensión en Cartago disminuye y muchos cristianos regresan a sus ocupaciones. Cipriano considera regresar a su Iglesia, pero Tertullus le aconseja esperar. A pesar de los rumores de que algunos magistrados buscan implicar a Félix en un pleito, él decide quedarse en su puesto y llevar a su familia a vivir en la ciudad.

Antes de la primavera, llegan noticias de Roma sobre la invasión de los godos en las provincias danubianas. El emperador Decio y Herenio Etrusco parten hacia allí para conducir a las legiones. Félix se alegra de que el emperador esté al frente de las tropas y confía en que se les presentará batalla sin contemplaciones. Sin embargo, Félix empieza a cuestionarse su papel como militar y siente que su vida está en otro lugar.

Fidelia sugiere que se licencie y regrese a Lusitania. Félix se debate entre sus deseos de volver a su tierra y su juventud. Finalmente, decide regresar y solicita su condición de emérito. Antes de partir, recibe una citación para comparecer ante el censor supremo en Roma. Félix se sorprende y se dirige a Roma, donde se entera de que el emperador Decio lo ha llamado para participar en una campaña militar. A pesar de sus planes de retirarse, Félix se da cuenta de que no puede rechazar la convocatoria y se enfrenta a la realidad de tener que participar en la guerra.

Siguiendo este capítulo, Félix tiene una discusión con Valeriano, quien lo acusa de cobardía por no querer luchar por Roma. Félix explica que quiere regresar a Lusitania y hacer otra vida. Valeriano lo acusa de haberse reblandecido por los cristianos en Cartago. Félix se siente deshecho y sale a vagabundear por las calles de Roma. Observa la decadencia de la ciudad y reflexiona sobre la exaltación del placer como un intento inútil de luchar contra la vejez y la muerte. Recuerda a Fidelia y se da cuenta de que su relación con los cristianos le ha dado fuerza y una visión más allá de la muerte. Regresa a su aposento y pasa la noche reflexionando sobre su decisión de regresar a Cartago y unirse a la guerra. Al día siguiente, decide ir al palacio del censor y le dice a Valeriano que está dispuesto a ponerse al frente de las secciones del ejército que se le encomienden. Valeriano se alegra y lo elogia por su decisión. Luego, Valeriano invita a Félix a cenar en su casa esa noche. Aunque Félix no tiene ganas de ir, acepta la invitación. En la casa de Valeriano, Félix se encuentra con Salonina y Dionisia. Salonina explica que se casó con el hijo de Valeriano y vive en esa casa. Dionisia revela que se ha divorciado y coquetea con Félix. Valeriano interrumpe y los invita a todos a cenar. Durante la cena, Macriano, un adivino amigo de Salonina, se convierte en el centro de atención y habla sobre los cultos secretos orientales y las creencias ocultas. Después de la cena, Dionisia se acerca a Félix y lo seduce. Pasan la noche juntos. Luego, Félix se une a las tropas y se embarca hacia Mesia. El viaje es peligroso debido al mal tiempo, pero finalmente llegan al campamento en Novi. Félix se une a las operaciones y se entera de los avances de los godos y las victorias del emperador Decio.

Siguiendo este capítulo, el emperador Decio se prepara para dar la batalla final al rey Cniva y a las tribus bárbaras. Decio está seguro de la victoria, ya que cuenta con refuerzos de las legiones de Panonia y Mesia, así como con una gran caballería. Su deseo es capturar a Cniva y llevarlo a Roma como trofeo.

Decio recibe a Félix, quien ha regresado de Cartago, y le pregunta si aún tiene el mismo valor que antes. Félix responde que sí y Decio le comenta que ha recibido una denuncia en su contra, pero no le da importancia. Decio está convencido de que la guerra contra los bárbaros será una victoria para Roma y planea llevar a Félix y a su familia a vivir a Roma.

El ejército romano se dirige hacia Nicópolis, encontrando a su paso tierras devastadas y escenas horribles de destrucción y muerte causadas por los bárbaros. A pesar de esto, la confianza en la victoria no disminuye.

En el campo de batalla, Decio se encuentra con Herenio, quien está al frente de la caballería. Ambos lideran el ataque contra los bárbaros, logrando derrotarlos en varias ocasiones. Sin embargo, en un momento de la batalla, Herenio es herido de gravedad y muere. Decio continúa la lucha, pero se ve atrapado en un terreno pantanoso y también es herido. A pesar de esto, Decio sigue luchando hasta que finalmente se hunde en el lodo y desaparece.

Este capítulo muestra la confianza y determinación de Decio en la victoria sobre los bárbaros, así como la valentía y sacrificio de los soldados romanos en la batalla. También se revela la visión de Herenio sobre la divinidad del emperador y su rechazo a ser considerado un dios. La muerte de Herenio y Decio marca un punto de inflexión en la historia y deja a Félix y al ejército romano en una situación incierta.

Siguiendo este capítulo, el narrador relata los terribles acontecimientos que sucedieron después de la derrota del ejército romano frente a los godos. Los godos celebran su victoria desde lo alto, mientras que el ejército romano se siente impotente y desesperado. Decio, el emperador, desaparece junto a sus generales y no se puede recuperar su cuerpo. La noche cae y la lluvia no cesa, lo que dificulta aún más la situación. Los soldados romanos se ven obligados a retroceder y se enfrentan a los bárbaros en sangrientas batallas. Muchos soldados mueren y otros desertan. La situación empeora cuando se descubre que la facción liderada por Treboniano Galo no ha dado señales de vida y se rumorea que él es el culpable de la muerte de Decio. La peste se propaga por el Imperio y la desolación y el caos se apoderan de Roma. La gente huye de las ciudades y miles de cadáveres se extienden por todas partes. El narrador se siente solo y desesperado, y se pregunta sobre el sentido de la vida. Finalmente, el narrador encuentra consuelo en la fe y en la esperanza de una vida más allá de esta existencia. El capítulo termina con el narrador escribiendo desde Lusitania, donde encuentra paz y alegría en la naturaleza y en su familia.

Siguiendo este capítulo, se describe la crisis que vivía la sociedad romana en el siglo III, la cual había perdido el sentido de la vida y buscaba consuelo en los cultos orientales. La magia, la astrología y los ocultismos se difundieron por todas partes, reflejando el estado de ánimo de una sociedad en decadencia.

Se menciona que Jerusalén, en el siglo III, era una ciudad muy diferente a la que Jesucristo conoció. Después de la sublevación judía, fue destruida por Adriano y reconstruida como Aelia Capitolina. Aunque los cristianos no podían acercarse a los lugares sagrados, no olvidaron dónde se encontraban las reliquias de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Se revela la existencia de lugares de culto anteriores al siglo IV en Jerusalén, confirmados por la investigación arqueológica. También se menciona la presencia de comunidades cristianas en el Monte Sión y en las faldas del monte de los Olivos.

Se habla del Discurso de la Verdad de Celso, un filósofo que escribió en contra del cristianismo en el siglo II. Su obra se perdió, pero se puede reconstruir a través de los fragmentos reproducidos por Orígenes en su refutación. Orígenes contestó punto por punto los ataques de Celso, defendiendo que la fe no es producto de la razón y no puede ser destruida por ella.

Se menciona el Milenio de la fundación de Roma en el año 248, donde se celebraron magníficas celebraciones a pesar de la situación interior y exterior del Imperio, que generaba descontento y rebeliones en las provincias danubianas.

Se describe la reforma del ejército imperial en el siglo III, donde se abandonó la legión tradicional y se adoptó un ejército móvil con armamento bárbaro. También se habla del emperador Decio, quien fue enviado a la frontera del Danubio para enfrentar las rebeliones y amenazas bárbaras.

Se explica la relación entre la religión oficial del Imperio y el culto al emperador, donde la religión romana se convirtió en uno de los apoyos más sólidos del régimen imperial. Se menciona la presencia de cultos orientales y el conflicto que representaba el cristianismo, que se negaba a dar culto al emperador y repudiaba a los dioses romanos.

Se habla del edicto de Decio en el año 250, que buscaba hacer cesar el cristianismo a través de apostasías. Se pedía a los súbditos el reconocimiento de la religión del Estado y aquellos que no cumplieran eran castigados con cárcel, tormentos y confiscación de bienes.

Siguiendo este capítulo, se narra el terrible efecto que tuvo el edicto de persecución contra los cristianos. Muchos de ellos apostataron, algunos cumplieron parcialmente el sacrificio pedido, otros compraron el libellus con dinero y otros cedieron ante las amenazas o las torturas. Sin embargo, también hubo muchos que se mantuvieron fieles a su fe y murieron como mártires, entre ellos el obispo de Roma, Fabiano, el obispo de Jerusalén, Alejandro, y el obispo de Antioquía, Babila. Orígenes, arrestado en Cesarea de Palestina, fue sometido a torturas y murió poco después debido a los sufrimientos. Los historiadores de la época, como Eusebio de Cesarea, dan detalles sobre esta persecución, pero son las cartas de Cipriano de Cartago y el tratado "De Lapsi" las que ofrecen una amplia panorámica de los acontecimientos.

Cipriano de Cartago, nacido en el año 210 en una familia aristocrática romana de África, se convirtió al cristianismo influenciado por el sacerdote Cecilio. Fue ordenado sacerdote y posteriormente nombrado obispo de Cartago. Aunque tuvo enemigos debido a su rápida promoción y a sus características personales e intelectuales, Cipriano se destacó por su autoridad y prestigio en la Iglesia de su tiempo. Durante la persecución de Decio, se escondió en el monte para poder dirigir su Iglesia desde allí, lo cual fue criticado por algunos clérigos de Roma. Después de la muerte de Decio, Cipriano readmitió a los lapsos, aquellos que habían apostatado y querían regresar a la comunidad, siempre y cuando mostraran sincero arrepentimiento. Aprovechó el tiempo de calma para reorganizar su Iglesia, que había quedado debilitada por la persecución.

En el año 250, los godos invadieron las tierras del Imperio romano, causando estragos y destrucción. El emperador Decio lideró las legiones romanas en su persecución, pero fue derrotado y murió en la batalla. Su hijo Herenio también murió en combate. El nuevo emperador, Treboniano Galo, firmó una paz no muy honrosa con los godos y se proclamó César a Cayo Valente Hostiliano, el único hijo superviviente de Decio. Sin embargo, la peste asoló el Imperio, causando estragos en la población y afectando la producción de alimentos y materias primas. La situación del Imperio era grave, con invasiones, enfermedades y escasez. En medio de esta crisis, Cipriano criticó la falta de ayuda a los enfermos y la avaricia de algunos cristianos, así como la doble moral de los fieles que se adaptaban a las costumbres perniciosas de la sociedad romana. Cipriano fue citado ante el procónsul Aspasio Paterno y condenado al destierro en Cúrubis. Después de un año, regresó a Cartago, donde fue condenado a muerte por el procónsul Galerio Máximo y decapitado.

El emperador Valeriano, que sucedió a Galo, intentó estabilizar el Imperio y detener las guerras civiles, pero las invasiones y la crisis continuaron. En el año 260, los persas tomaron Antioquía y derrotaron a Valeriano, quien fue hecho prisionero y llevado a la corte de Ctesifonte, donde murió de forma cruel. Estos acontecimientos marcaron el punto culminante de la crisis del Imperio y generaron una sensación de fin de los tiempos. Aunque el Imperio romano estaba en declive, no era aún su destrucción final, sino el comienzo de un nuevo Occidente que necesitaba una renovada civilización.

El autor también menciona el descubrimiento de una villa romana en Majona, cerca de Don Benito, en la que se encontró un busto que representa a un romano de la época. Este hallazgo arqueológico inspiró al autor en la creación de su novela y refuerza la conexión entre la historia y la literatura.

Otros resúmenes de libros de Sánchez Adalid